Juan Bernabé Palomino y Fernández de la Vega (Córdoba, 1692-Madrid, 1777) fue un grabador calcográfico español.
Biografía
Hijo de un platero cordobés y sobrino de Antonio Palomino, quedó huérfano con once años y trabajó en el comercio de lino antes de dedicarse al grabado. El 17 de mayo de 1714 contrajo matrimonio en la parroquia de Santa María Magdalena de Córdoba con Juana María de Oropesa. La llegada de su tío a Córdoba, un año antes, para trabajar en la catedral, lo animó a seguir la carrera del dibujo, en la que se había iniciado en el entorno familiar. Según Ceán Bermúdez, acompañó a su tío a Madrid donde lo ayudó en «muchas obras» y dio pruebas de su talento hasta que, muerto el tío en 1726, retornó a Córdoba, perfeccionándose en el grabado a buril sin haber recibido otra enseñanza que la adquirida en la atenta observación de las obras de otros maestros, que imitaba cuidadosamente. No se dispone de otras noticias relativas a su formación en la técnica del grabado, pero en el ambiente artístico en el que se movía contó con los manuales de Abraham Bosse y buenas estampas extranjeras para su aprendizaje, iniciado en todo caso antes de ese supuesto retorno a Córdoba, en contacto con su tío y aprovechando sus enseñanzas de dibujo.
En Madrid trabajó en el taller de su tío, reproduciendo en estampa algunas de sus invenciones y dibujos. La primera estampa que se le conoce, la Oración en el huerto, fechada en Córdoba en 1718, reproduce una invención de este. A ella siguió el retrato de la madre Juana de la Encarnación con el que salió ilustrada la Passión de Christo comunicada por admirable beneficio a la Madre Juana de la Encarnación, del jesuita Luis Ignacio de Ceballos (Madrid, 1720), con su firma como grabador y la de Francisca Palomino como autora del dibujo. Poco más tarde se encargó de las láminas del segundo tomo, aparecido en 1724, del Museo pictórico y escala óptica, el célebre tratado de su tío, con el retrato de Luis I en un medallón en portada. De 1724 es también el grabado de la Virgen de la Purificación en su retablo del convento de San Felipe el Real de Madrid, abierto por dibujo de su tía Francisca Palomino y Velasco, y en 1726 firmó el retrato de Felipe V para el Diccionario de la Academia Española por pintura nuevamente de su tío y maestro.
Junto a estos trabajos, que podrían considerarse realizados dentro del ámbito familiar, comenzó a recibir encargos de la corte y de las órdenes religiosas y cofradías madrileñas. El primero de los encargos oficiales, de 1719, consistió en ponerle la letra al Plano, elevación y perfiles de un Cuerpo de Quarteles para alojar un Batallón, del ingeniero militar y grabador italiano establecido en Madrid Filippo Pallotta, de quien Juan Bernabé Palomino podría haber recibido algunas enseñanzas, al que siguió el grabado del túmulo alzado en el Real Monasterio de la Encarnación con motivo de las exequias fúnebres en honor de Luis I en 1725, sobre dibujo en esta ocasión de Teodoro de Ardemans.
Ya en 1727 apareció el retrato del jesuita Alonso Rodríguez en el Exercicio de perfección, editado en Sevilla, para el que se sirvió de un dibujo de Pedro Duque Cornejo, y un año después el del doctor Martín Martínez incorporado al frente de su Anatomía completa del hombre, por dibujo de Valero Iriarte. Su dominio del manejo del buril, evidenciado en estos retratos, lo convirtió en el grabador preferido por los libreros madrileños para los trabajos de mayor compromiso, como fueron los retratos del arzobispo de Toledo Diego de Astorga y Céspedes por la pintura que le hiciera Alonso Miguel de Tovar que sirvió para ilustrar la Relación de los solemnes aparatos, magníficos festejos, y aclamaciones festivas conque en la [...] ciudad de Toledo [...] se celebró la colocación de Christo Sacramentado [...] el año 1732 á el nuevo magnifico Transparente que [...] hizo labrar D. Diego de Astorga y Cespedes, o el del médico José Cervi para el Examen medicum de 1736, de nuevo por invención de Iriarte. Cierta especialización en el retrato se advierte en estos años, en los que también firmó los retratos de Mariana Victoria de Borbón a la edad de quince años y de Felipe de Borbón, hijos de Felipe V e Isabel de Farnesio.
El nombramiento como grabador de cámara el 29 de noviembre de 1736, inicialmente sin sueldo, no implicó cambios significativos en su producción, que continuó centrada en las estampas sueltas de devoción y los retratos. Del primer género son, entre otras muchas, la estampa que reproduce el retablo de la ermita de la Virgen del Puerto, para la que contó con el dibujo del arquitecto de la obra, Pedro de Ribera, la imagen de Santo Domingo en Soriano como se veneraba en su capilla del convento de Santo Tomás de Madrid, estampa que firmó en 1737 con su título de grabador del rey, o la de San Dámaso entre san Isidro y santa María de la Cabeza según la escultura realizada por Luis Salvador Carmona para la Congregación de Naturales seglares de Madrid y dibujo de Antonio González Ruiz. De los retratos, muy numerosos, cabe destacar el que se conoce por el título de los Emperadores del Perú. Concebido como ilustración de la Relación histórica del viage a la América Meridional hecho de orden de S. Mag. para medir algunos grados del meridiano terrestre, relación editada en Madrid en 1748 con los resultados de la expedición al Ecuador de Jorge Juan y Antonio de Ulloa, el grabado para el que proporcionó la idea general Diego de Villanueva reúne en medallones enlazados por guirnaldas las efigies de los emperadores incas y sus sucesores, los reyes de España hasta Fernando VI, en número de veintidós retratos que Palomino copió en parte directamente de pinturas. Con el mismo destino, para el que también proporcionó el grabado alegórico de anteportada, firmó el Plano de la ciudad de San Francisco del Quito.
Conforme a lo que editores y clientes demandaban a los grabadores, el grueso de su trabajo lo forman las estampas sueltas de devoción y los retratos, generalmente destinados a figurar a la cabeza de los textos escritos por el sujeto representado o sus biografías. El grabado de reproducción de obras de arte es, por el contrario, raro y está limitado a la reproducción de imágenes religiosas con valor artístico, categoría a la que pertenecen tres de las obras que Ceán Bermúdez destacó dentro de la producción de Palomino, por especialmente acertadas: la que reproduce la escultura de San Bruno de Manuel Pereira, colocada en una hornacina en la portada de la hospedería que tenía en Madrid la cartuja del Paular (Real Academia de Bellas Artes de San Fernando), lámina abierta por Palomino en 1744 con dedicatoria a Fernando VI por encargo de la misma cartuja; la que reproduce el Milagro del pozo de Carreño existente en la capilla de San Isidro en la iglesia de San Andrés de Madrid hasta su destrucción en 1936, grabado fechado en 1747, y el de San Pedro en prisiones, reproducción de la pintura de Juan de Roelas en la iglesia sevillana de su advocación por dibujo de Pedro Duque Cornejo (1731). A ellas cabe agregar la reproducción de alguna pintura de su tío, como ya se vio entre sus obras tempranas (La oración del huerto, Adoración de los Reyes), la Resurrección de Cristo por pintura de Juan de Juanes, o la Asunción de la Virgen según la pintura de Juan Martín Cabezalero ahora conservada en el Museo del Prado.
Al crearse en 1752 la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando e instituirse en ella las enseñanzas de grabado, fue elegido primer director de grabado en talla dulce, tanto a buril como al aguafuerte, cargo que desempeñó hasta su muerte. Las enseñanzas comenzaron un año más tarde, en su propia casa, con tres alumnos seleccionados por él y pensionados por la Academia: Hermenegildo Víctor Ugarte, José Murguía y Juan Minguet. El número de sus propios grabados disminuyó a partir de aquel año. Para Carrete Parrondo únicamente tres grabados sobresalen en esta etapa final de su carrera, en la que no faltó alguna pequeña lámina de devoción: la Alegoría de la creación de la propia Academia por pintura de su yerno Antonio González Ruiz, el retrato de Carlos III a partir del modelo creado por Joaquín Inza, y el retrato del obispo Juan de Palafox con cinco figuras alegóricas, dibujado por Antonio González Velázquez y publicado con las Obras del obispo en la edición de Madrid de 1762.
El inventario de sus bienes realizado en 1767, con motivo de su matrimonio en segundas nupcias con Juliana Rico, refleja la desahogada situación económica que había alcanzado con su trabajo. Se mencionan en él, además, varias pinturas de su mano, una actividad de la que no quedan más testimonios que un par de cabezas de apóstol pintadas al pastel y sobre papel conservadas en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, junto con un desnudo masculino en escorzo de las mismas características y algunas academias dibujadas a lápiz rojo.
Su hijo Juan Fernando Palomino continuó el oficio paterno y Antonia Ramona, la mayor de sus hijas, casó en julio de 1740 con el que más tarde sería pintor de cámara Antonio González Ruiz.
{{Wikipedia}}