Francisco Leiva Muñoz, a veces Francisco de Leiva y Muñoz (*Córdoba 1824 - †Córdoba, 1888) fue un cirujano, periodista y revolucionario cordobés. Fundador del Partido Democrático en Córdoba, en diciembre de 1868 protagonizó una escisión del partido para fundar el Partido Republicano Democrático Federal.
Partido Democrático
Fundó el Partido Democrático en Córdoba en 1847. Con el tiempo se formaron dos facciones, la más radicalizada, dirigida por Leiva, y la más centrada, que giraba en torno de la figura de Ángel de Torres, con la que se identificaban catedráticos y hombres de leyes.[1] Con el apoyo del Partido Demócrata, en 1867 se constituyó en Córdoba una Junta Revolucionaria interina, presidida por Ángel de Torres, con el objetivo de coordinar los preparativos para la inminente revolución. Llegada la Revolución de 1868 y sus primeros roces, Leiva toma la decisión de abandonar el partido creado por él mismo 20 años antes.
Revolución de 1868 y Sexenio Revolucionario
Miembro de la Junta Revolucionaria de 1868, es elegido como concejal de Córdoba en el primer Ayuntamiento democrático y pasa a ser uno de los héroes en la batalla del puente de Alcolea, donde el ejército revolucionario derrota a las huestes del general isabelino Pavía, más conocido como Novaliches.
En Córdoba, se caracterizó por ser el revolucionario republicano más combativo, llegando a tener varias fuertes discusiones con otros republicanos como Ángel de Torres el propio día del levantamiento de 20 de septiembre de 1868. Fue lo que se denominó un "republicano exaltado"[2].
También conocido como Partido Republicano Democrático Federal, fue un partido político español de carácter federalista y republicano creado nada más triunfar la Revolución de 1868 como continuación del Partido Democrático, fundado en 1849. El principal teórico del partido y uno de sus líderes más reconocidos fue Francisco Pi y Margall. Extendió su influencia especialmente por la zona mediterránea a partir de sus dos sus bastiones iniciales: Cataluña —donde funcionó el Club de los Federalistas de Barcelona— y Andalucía.
En diciembre de 1868 se pone en marcha en Córdoba, surgido de la facción de Francisco de Leiva y Muñoz en el Partido Democrático. En efecto, se sabía que el partido Demócrata no era unánime. Parecía más bien que había dos almas.
En palabras de Juan Díaz del Moral: "Llegó a haber en Córdoba dos partidos democráticos: el de Ángel Torres, Santiago Burbudo, Ángel Ferrer, etc., y el del profesor Manuel Ruiz Herrero, Abelardo Abdé, Francisco Leiva, Rafael Vázquez y otros, seguido cada grupo por unos cuantos pueblos de la provincia".[3]
El 3 de diciembre de 1868 tuvieron lugar los llamados Sucesos de Montoro, en los que una multitud chocó con la Guardia Civil y resultaron muertos dos niños. Leiva, uno de los cabecillas, quedó detenido. A los pocos días, la facción de Francisco Leiva dará origen al Partido Republicano Democrático Federal.
Obras
- Los bandidos célebres de la provincia de Córdoba
- La batalla de Alcolea (1878)
Francisco de Leiva por Ricardo de Montis
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En la segunda mitad del siglo XIX, durante aquella época pródiga en turbulencias políticas en que hubo cambios de régimen y de dinastías, movimientos revolucionarios y golpes de estado, entre los hombres que en Córdoba tomaban parte activa en las luchas suscitadas más que por el antagonismo de las ideas por la exacerbación y el encono de las pasiones, destacábase por su labor constante, por su febril actividad, por sus extraordinarias energías, don Francisco Leiva Muñoz. ¿Qué cordobés de sus tiempos le habrá olvidado? Seguramente todos recordarán la figura atlética del exaltado propagandista republicano, de voz potente y campanuda, de carácter áspero, de ademanes bruscos, siempre dispuesto a defender sus doctrinas en la prensa con una pluma acerada como puñal florentino, en la reunión pública con un verbo cálido y subyugador, en las plazas detrás de las barricadas, en las calles, si las circunstancias lo exigían, a bofetadas y garrotazos. Don Francisco Leiva, a pesar de todos los vicios y defectos de que le acusaban sus enemigos (¿quien no los tiene?) era un hombre de mérito extraordinario. Hijo del pueblo, sin carrera, sin profesión ni oficio y muy escaso de cultura, merced casi exclusivamente a su talento natural, logró escribir con no escasa corrección, dominar la palabra y ser orador y periodista. Además de colaborar en todas las publicaciones defensoras de ideas avanzadas que en el periodo a que nos referimos veían la luz, con gran frecuencia, en nuestra capital, fundó y dirigió algunas y puede decirse que fue el alma de las tituladas El Derecho, La Libertad, El Progreso y La Revolución. En todos esos periódicos sostuvo campañas en pro de sus ideales, muchas veces violentísimas, que le originaron serios disgustos; sin embargo jamás tuvo un desafío porque cuando las cuestiones periodísticas se agravaban llegando al terreno personal él las resolvía sin pistolas, espadas ni padrinos; con el enorme bastón que usaba, o simplemente a puñetatos. Con ser grandes sus aficiones al periodismo eran mayores las que tenía a la oratoria. Padecía de verborrea y nosotros nos atreveríamos a asegurar que el día en que no había encontrado ocasión de hablar en público parecíale que le faltaba algo indispensable para la vida. Cuando estalló la revolución de Septiembre, en las vísperas de la batalla de Alcolea, nuestro hombre salía a cuatro y cinco discursos diarios. En cualquier sitio de reunión, en un solar, en medio de una plaza improvisaba una tribuna y desde ella dirigía la palabra al pueblo ensalzando las excelencias del régimen republicano, fustigando con crueldad a los gobernantes, excitando a las multitudes para que se aprestasen a la defensa de los ideales que el creía regeneradores. Y sus apóstrofes, la misma, rudeza de su forma falta de galas retóricas pero llena de energía y de virilidad, interesaban al auditorio, proporcionando éxitos al orador. Tenia éste un defecto por el que en más de una ocasión censuráronle, no ya sus enemigos sino sus correligionarios; el de anteponer a todo el yo, su propia personalidad; el de enaltecer su labor presentándola como ejemplo de actuación ciudadana y dedicarle elogios desmedidos. Compañeros -decía en todas sus peroratas- es necesario que imiteis mi conducta. ¿Sabeis lo que ha hecho un don Francisco Leiva? Pues un don Francisco Leiva se ha sacrificado, y el Demóstenes de gorro frigio, o de sombreo de paja negro, comenzaba a narrar sus sacrificios y a hacerse una apología interminable. Hablaba en cierta ocasión el paladín de la República en un corralón, con honores de huerto, de Trascastillo y entre sus oyentes figuraba un negro, hombre también de exaltadas ideas. El orador, tomo de costumbre, a la mediación de su discurso comenzó a darse tono y, al preguntar: ¿sabeis lo que ha hecho un don Francisco Leiva? el negro contestóle con voz estentórea: ¡estamos hartos de saberlo y no queremos oir a osté! Tal repuesta produjo la carcajada general y ahogó las palabras en la garganta del tribuno que no pudo, en aquel momento, articular una frase. Leiva. que era hombre de valor reconocido, solicitó y obtuvo permiso para asistir, como cronista, a la batalla de Alcolea y estuvo en el sitio de mas peligro, donde las balas sembraron el campo de cadaveres. Con las impresiones que allí recibiera y con los numerosos antecedentes, notas y documentos que había recogido, escribió y publicó una interesantísima y bien documentada historia de la memorable batalla, que reveló sus excepcionales dotes de historiador concienzudo y confirmó las de literato, que ya tenía plenamente demostradas. Cuando las enfermedades, los infortunios y los desengaños le retiraron de las candentes luchas políticas, las que había sido incansable guerrillero, se dedicó a recopilar materiales para otro libro curioso, la historia del bandolerismo en Andalucía, y cuando dispuso de los elementos necesarios, acometió su empresa, pero no pudo terminarla por haberle sorprendido antes la muerte. Sin embargo, dejó escrito gran parte de su trabajo, centenares de cuartillas que, sin duda se extraviaron porque nadie tuvo interés en conservarlas, perdiéndose con ellas una obra importante, que representaba una labor intelectual de algunos años. Entre las buenas dotes del cronista de la batalla de Alcolea sobresalía la imparcialidad. A pesar de sus radicalismos, de sus exaltaciones y apasionamientos, cuando encontraba una ocasión oportuna complacíase en hacer justicia aun a sus mayores enemigos en ideas. A pesar de que él vivió y murió fuera del seno de la Religión católica, en el momento de verificarse la inhumación del cadáver de aquel sacerdote, modelo de toda clase de virtudes, que se llamó don Agustín Moreno, pronunció una oración fúnebre tributándole grandes elogios, la cual, impresa en una hoja, fue después repartida profusamente. Un día don Francisco Leiva Muñoz, abrumado por la enfermedad que le llevó al sepulcro, presentóse en la redacción del periódico La Lealtad, donde realizaba su aprendizaje el autor de estas líneas.
le dijo, empleando un tono cariñoso muy raro en él:
Así se expresaba Leiva al mismo tiempo que ponía en nuestras manos un tomo de poesías al que faltaban muchas hojas; todas las que contenían las composiciones plagiadas que nuestro amigo cortó para enviarlas la imprenta, formando parte de sus famosos artículos Armonías literarias. Ofrecimos bajo palabra de honor cumplir el encargo que nos confiaba aquel hombre, casi en el borde del sepulcro, pero no tuvimos que continuar su obra porque el falso poeta, quizá temeroso de que se repitiera el castigo, jamás volvió a ofrecer como propios los frutos de la agena inspiración Sin embargo, entre los papeles curiosos de nuestro archivo, conservamos los restos del libro que, hacé más de treinta años, nos entregara don Francisco Leiva. |
Artículo enviado al Diario de Córdoba (30 de diciembre de 1854)
- — Sr. Director:
- Muy señor mío: en el núm. 56 de su interesante periódico he leído su artículo bajo el epígrafe: «El pueblo progresista,» en cuyo desarrollo puede observarse claramente el modo de pensar del autor; espíritu noble y levantado, que no se deja abatir fácilmente por desalientos pasajeros, antes por el contrario redobla sus energías para sobreponerse, si es posible, a la indiferencia de nuestras masas. Al mismo tiempo que le felicito, cúmpleme advertirle algunos desaciertos que me han parecido notablemente injustos.
- Formándose en tan precioso cuadro una sentencia general sobre todo el pueblo andaluz, y aún quisiera decir que sobre toda la nación española, la necesidad me invita a rectificarla, aunque sea solo bajo el punto de vista de lo que hace algunos años sucede entre nosotros.
- Siempre ha sido de todos sabido que el pueblo andaluz es franco, generoso, noble y hospitalario; el principal agente de los grandes movimientos políticos; el que por instinto adivina, a veces, la necesidad de los grandes principios constitucionales; ese que todavía con el nombre de «Pueblo soberano» ha derramado tanta sangre en su defensa. Vd. puede, señor, para donde quiera que se dirija, ver a la multitud sometida a la ley del trabajo; pero siempre preparada para dar la vida por la libertad.
- ¿Qué sentimiento de justicia puede obligar a ese pueblo generoso y noble a permanecer estacionario, indiferente hoy, por más que la experiencia le haya probado que su sacrificio ha quedado estéril por la señalada injusticia con que constantemente le han tratado sus mandatarios?
- Si mis hipócritas detractores, si esos con quienes Vd. sostiene principios de progreso, no estuvieran completamente absorbidos en sus pequeños intereses y ambiciones, verían que el desaliento no nace de un hombre poco progresista, sino de la experiencia siempre desmentida en nuestros procedimientos políticos. Vd. no puede ignorar que en esos hombres existe un germen progresista que Vd. cultiva con atractivo inagotable.
- Quisiera también hacer aquí una ligera profesión de mis ideas políticas; por temor de que mi silencio me conduzca con esos hombres, a quienes Vd. hace defensores de una bandera que no es la mía. Y todavía más; la rechazo, porque la desprestigia el nuevo ministerio, que repelen todos los amantes de la libertad, y que en crédito de su honor personal, —así lo desea—, ha sido el más decidido enemigo de la igualdad y la justicia. Esos mismos hombres que han trabajado conmigo en la cárcel y sufrido persecuciones.
- Hace pocos días, el 3 de agosto, defendiendo a mi amigo el Duque de la Victoria, dije lo siguiente: «Señores, los que profesan las ideas del progreso no pueden asociarse con los de la reacción; sírvase el Sr. Duque recordar su palabra dada, y se me pedirá cuenta de la pena de mi separación.»
- Para mí las dos banderas, reacción y progreso, no pueden confundirse, y ambas se asocian, cuando el hombre vive conforme al evangelio más sencillo.
- Si mis títulos no están en concierto con los de Vd. del punto de vista social, pueden muy bien emerger de mis procedimientos políticos, al paso que Vd. se convencerá con ellos de que tengo más derecho a levantar la bandera del progreso y sostenerlo.
- Yo me he sometido con gusto, y aún con verdadero placer, a las duras condiciones de la cárcel, a las del hambre y aun a la separación de mi familia; yo he visto bajar el puñal de un verdugo sobre la frente de mis hijos, por sostener un sagrado deber.
- No he recibido jamás condecoración alguna; no he sido titular, quiero ser ciudadano libre, y como español, escudo de la libertad, porque el mérito y el honor no deben ser jamás representados por un metal cualquiera que pueda ser desfigurado por el abuso.
- El 19 de julio formando uno de los miembros del glorioso pronunciamiento, dije así: «Pueblo progresista, yo entiendo que hoy más que nunca está en circulación tu noble sangre; no desmayes, pues en proporción a tu confianza en la victoria pronto veremos ondear al pueblo andaluz su bandera. Que la Junta de Gobierno no interprete mal esos deseos; dirija a los Milicianos Nacionales un pensamiento de fraternidad, que haga olvidar ese pequeño resentimiento que ha engendrado el vergonzoso y triste proceder de la última Junta de Gobierno.»
- Y dije también: «No desmayemos; la libertad no se alcanzó en un siglo; es necesario fortificar el espíritu de los pueblos que serán gobernados por el brazo de la justicia, y por la sabiduría de las leyes.»
- Algunos hombres, capaces de señalar el punto negro de un acto honroso, han querido dudar de mi patriotismo. A estos hombres, yo les diría que conquisten el derecho que yo me he conquistado en medio de los peligros, de las lágrimas, de las persecuciones.
- Vd., sin duda, no desconoce que en todos los países libres hay un desnivelamiento de clases; que la categoría del mérito nada tiene de común con esa injusta desigualdad; y que el hombre por nacimiento está sujeto al «veredicto de la ley.» Esta ha declarado que el mérito se ajusta al sacrificio.
- Aquí, en Córdoba, nadie ignora quiénes me han hecho el honor de confiarme la doctrina progresista. Conservo entre mis más gratos deberes la de mis antiguos insurrectos; ellos me harán justicia, pues desde el día en que se proclamó el triunfo dejé de ser hombre exclusivo.
- Aunque creo que he aprendido y sé que nada hay más halagüeño que la libertad, me es muy difícil persuadirme de que exista un pueblo andaluz que desmerezca el justo nombre que ha ganado.
- Persuadámonos, pues, señor Director, que todas las conquistas de los pueblos, las guerras sostenidas al grito de libertad, no se han hecho ni por una parte exclusiva, ni por esa clase ignorante que Vd. califica de «progresista»; sino por el pueblo español, por los nobles intereses que dicta el corazón, por la justicia y por el derecho.
- El artículo de Vd. me ha parecido en sumo grado notable, pero demasiado general.
- Quiero rectificar también algunas ideas; si el pueblo andaluz no es el confirmado labrador que hace indigna obra de pasto de malas prácticas, tampoco es posible desconocer que «la indiferencia» lo debe anunciar el desaliento de los hombres buenos.
- Siempre han existido violentos excesos, que han arrancado a nuestra sociedad civilizada heridas profundas; y esos mismos excesos han sido recompensados con la libertad; y las sangrientas sediciones han servido para consolidar el derecho constitucional; pero desde que se ha dicho «ese pueblo soberano,» no se ha hecho más que explotar la credulidad de un pueblo que por instinto es generoso, noble y hospitalario.
- Cordobeses: depurando mi lenguaje, el sentir de mi artículo, quisiera demostrar que hay sentimientos nobles, verdaderamente sagrados; emociones siempre respetables. Los hombres obran, las masas sienten. Observar es obrar.
- Cordobeses: en las ideas políticas, como en el amor por la libertad, siempre la libertad absoluta. Mientras sea posible, debe intentarse; y una vez conseguida, conservarla; sobre todo, que la libertad sea justa, igual y respetada.
- Lo dice con entera franqueza y en honor de la verdad, a las creencias políticas y religiosas y a la libertad, el que suscribe.
- En Córdoba, 30 de diciembre de 1854. — Francisco de Leiva.
Referencias
- ↑ La provincia de Córdoba de la Gloriosa al reinado de Alfonso XII (1868-1885), por Miguel Jesús López Serrano, Universidad de Córdoba, 2011
- ↑ DE LA FUENTE MONGE, G. Los revolucionarios de 1868: élites y poder en la España liberal. Página 64. Disponible en Internet
- ↑ Cfr. DÍAZ DEL MORAL, J., Historia de las agitaciones campesinas andaluzas. Córdoba. Madrid. Revista de Derecho Privado. Pozas, 1929.
