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== Los abanicos ==
== Los abanicos ==

Revisión actual - 10:42 15 abr 2025

Los abanicos

Antiguamente, el abanico no era un arma de la coqueteria femenina, como es hoy, sino un objeto útil y de adorno, pues al mismo tiempo que proporcionaba su poseedor a aire fresco en el verano constituía el complemento de las calas y joyas de la mujer en todas las épocas.

De las joyas hemos dicho porque había abanicos de extraordinario valor; nuestras abuelas guardaban en sus cofres, encerrados en primorosas cajas de cedro o de palo santo, soberbios abanicos, verdaderas obras artísticas, con varillaje de metal primorosamente labrado, de preciosa Filigrana cordobesa, de nácar o marfil, lleno de turquesas, de amatistas, de granates y de esmeraldas.

La tela era de seda y en los mejores la sustituye a la cabritilla, con paisajes y figuras pintadas por artistas de renombre.

Estos abanicos estaban reservados para las grandes solemnidades, tales como el Jueves Santo y Viernes Santo, el día del Corpus o para los saraos y festivales de rigurosa etiqueta.

De ordinario las señoras usaban, en el invierno, los abanicos llamados de baraja, compuestos de tablilla sujetas con cintas, que podían abrirse y cerrarse de derecha a izquierda y viceversa, o los de blonda, casa o plumas y en verano los de pie de ébano o sándalo, con telas modestas o papel pintado rayado de vivos colores.

Estos abanicos eran de gran tamaño para que produjesen mucho aire; al lado de ellos los que se usan en la actualidad no pasan de la categoría de juguetes.

Dichos objetos, como las alhajas, los vestidos de raso y terciopelo, las mantillas de felpa y los mantones de alfombra en pasaban, no ya de madres a hijas sino de generación a generación y ocupaban un lugar preferente en el arcón tallado, o en el contador lleno de incrustaciones de marfil y nácar.

Las antiguas familias cordobesas conservan aún algunos de esos abanicos que los anticuarios buscan con afán y pagan a elevados precios.

Las mujeres del pueblo utilizaban para echarse aire, según la frase vulgar, los pericones, unos abanicos también muy grandes, con pie de tosca madera y vistosos paisajes pintados en papel, en los que, ordinariamente, se representaban escenas de amores.

Los días de feria, únicos en teoría corridas de toros en nuestra capital, inundaba los alrededores de la plaza una verdadera lección de vendedores de abanicos de caña con sus enormes canasto repletos de tal mercancía.

Por su sencillez hubiéramos calificar de primitivo tales abanicos; formábanlos cinco o seis palillos de caña y sobre ellas, mal pegado como papel basto, rojo, azul, verde o amarillo con unos dibujos litografíados en los populares talleres del industrial malagueño Mitjana, que inundó las casas de vecinos de toda España de aquellas famosas láminas en negro o iluminadas a mano, pésimamente, representando la historia de Cristóbal Colón, de Malelkader o del Casto José y las imágenes de infinidades de santos.

En los paisajes de estos abanicos se reproducían indefectiblemente una suerte del toreo cuando no presentábase una pareja de majos o un bandolero a caballo con su amante a la grupa.

Debajo del dibujo nunca faltaba una cuarteta, una quintilla o una décima y huelga decir que la obra literaria, en cuanto a méritos, se hallaba la misma altura que la artística.

Como estos abanicos eran muy baratos, solo valían dos cuartos, cuántas personas iban a la fiesta nacional proveíanse de ellos y contribuían a aumentar la policromia de la plaza de toros que constituye uno de sus principales encantos.

Los barquilleros y las arropieras vendían, para los muchachos, otros abanicos tan sencillos como