
A la edad de tres años, en plena Guerra Civil, convivía con su familia en una de las muchas colectividades que organizaron los campesinos en la zona de Los Pedroches, tras la huida de los terratenientes. En una incursión de las tropas fascistas quemaron un polvorín cercano, provocando la muerte de su madre, su abuela y tres de sus cuatro hermanos. A los tres días de la explosión hallaron su cuerpo casi sin vida y lo llevaron al hospital. El médico, de derechas, no quiso curarle, bien por la gravedad de sus heridas, bien porque su padre era comunista. Dos enfermeras le cuidaron de espaldas al médico y salvaron su vida. Al terminar la guerra se vio sólo y se buscó la vida mendigando por la calle hasta que la Guardia Civil lo encontró y lo llevó al ayuntamiento.
Su padre, que lucho por la República, estaba en la cárcel del pueblo. Con ocho años, Francisco iba todas las noches a dormir con él, mientras que de día le echaban a la calle. Fue víctima y testigo de terribles vejaciones, abusaron de él ante su padre, al que uno de sus carceleros le arrancó una oreja de un mordisco. Poco después fusilaron a su padre en Córdoba. Fue adoptado por una familia de campesinos, que le trató como a un hijo más. Hoy cuenta su escalofriante historia y asegura que ha perdonado pero que jamás olvidará.