Antonio Aranda Camacho nacido en Valsequillo hijo de Elías Aranda Gil y de Margarita Camacho Barbero. Nacido hacia 1911 (el año exacto lo desconocemos al carecer de partida de nacimiento u otro documento similar), vivió toda su vida en el citado pueblo y fue fusilado en noviembre de 1936, con 25 años. De profesión labrador de las tierras familiares, que eran pequeños propietarios agrícolas y ganaderos, lo que le permitió desarrollar su vida laboral dentro del núcleo familiar sin tener que padecer la explotación de trabajar por cuenta ajena (que en aquellos tiempos era estar sometido bajo la total arbitrariedad de un amo terrateniente). Su padre y su madre sabían leer y escribir, también algo poco frecuente en aquellos tiempos para el nivel social que tenían. Él también fue a la escuela, lo que le sirvió como herramienta de conocimiento de ideas y de desarrollar inquietudes sociales progresistas. Era una persona muy querida entre sus convecinos, tenía novia formal y por tanto un proyecto de matrimonio y toda una vida por delante. En los primeros días del mes de noviembre de 1936, fuerzas golpistas integradas por falangistas y militares tomaron Valsequillo y se erigieron en la autoridad local, ocupando ilegalmente el Ayuntamiento. Con la ayuda de falangistas locales, entre los que se encontraba un primo hermano suyo, procedieron a elaborar una lista de personas conocidas en el pueblo por sus ideas de izquierdas, pero que siempre respetaron la vida y las propiedades de todos los ciudadanos de ese pueblo, por lo que la convivencia fue hasta ese momento absolutamente pacífica. Una de las personas de esa lista fue Antonio Aranda Camacho, militante de las Juventudes Socialistas, que al formarse las Juventudes Socialistas Unificadas fue nombrado Secretario (no sabemos con exactitud si Secretario del pueblo o también de los otros dos pueblos colindantes, Los Blázquez y La Granjuela).
Su hermana menor, Emilia, que tenía 22 años cuando ocurrieron los hechos aquí narrados, contaba en la intimidad familiar, aunque en pocas ocasiones por el dolor que el recuerdo le causaba, que una tarde de primeros de noviembre fue a buscarlo a su casa un falangista vecino del pueblo. En su casa sólo estaba su madre con una nieta de 5 años, a las que dejó el recado de que cuando Antonio volviera del campo se tenía que presentar en el Ayuntamiento para contestar a unas preguntas… Antonio al volver a su casa y saber por su madre que le habían ido a buscar, sin dudarlo y confiado de su inocencia se lavó y cambió de ropa para presentarse. Ante el conocimiento de ciertos hechos sangrientos que estaban ocurriendo en pueblos cercanos realizados por la Falange y los militares golpistas, varias personas le habían aconsejado que era mejor que abandonara el pueblo, a lo que él manifestaba: “yo no tengo nada que temer porque no he hecho mal a nadie ni he cometido ningún delito” y se personó en el Ayuntamiento sin sospechar que este día sería el último de tranquilidad y de trabajar con ilusión, ya que a partir de entonces la muerte y la pena acompañaría a su familia durante toda la vida. Ese día fue el inicio de la crueldad fascista en este pueblo. Ya no volvió a su casa y fue ilegalmente detenido y retenido en el calabozo municipal junto con otras personas del pueblo, sin dar ninguna explicación a los familiares de lo que estaba ocurriendo. Durante aproximadamente una semana estuvo retenido y una tarde del mes noviembre lo llevaron en un carro a las tapias del cementerio donde lo fusilaron junto con 6 ó 7 hombres más y una mujer y los enterraron en una fosa común dentro del cementerio. La excavación de la fosa y el enterramiento de los cuerpos fue realizado por hombres del mismo pueblo, obligados por el batallón de fusilamiento. De esta ejecución fue testigo voluntario y directo su primo hermano falangista antes citado. De este grupo de personas y de esta fosa hace referencia el historiador Francisco Moreno Gómez en su último libro: “1936: El Genocidio franquista en Córdoba” , página 128, segundo párrafo; aunque el nombre de nuestro familiar no aparece en dicho libro al no haber podido aportarle al Sr. Moreno todos estos datos aquí expuestos y la inexistencia de registro alguno de la muerte ni del enterramiento, ya que el propósito era matar sin dejar constancia de ello y habiendo quemado también el registro de nacimientos, conseguir así que estas personas no puedan ser consideradas como desaparecidas sino como INEXISTENTES. Durante los días que Antonio estuvo retenido en el calabozo, a un grupo de mujeres entre las que se encontraba su hermana Emilia, las raparon y les dejaron un mechón de pelo en lo alto de la cabeza para ponerles un lacito rojo que tenían que llevar obligatoriamente siempre que salían a la calle y, para más escarnio, todas las tardes las obligaban a barrer la plaza del pueblo mientras que los golpistas y adeptos se reían y las humillaban. También a algunas de ellas las obligaron a tomar aceite de ricino migado con pan. Contamos esta historia en homenaje a nuestro tío Antonio Aranda Camacho, que forma parte de la Historia de España y en reconocimiento a todas las personas, que como él, lucharon y murieron por unos ideales de libertad, justicia y progreso para el pueblo y para España. Y contamos esta historia para combatir el propósito de los insurgentes y de la Dictadura que quisieron borrar de la memoria la existencia de estas grandes personas.