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Dos payasos apócrifos (Notas cordobesas)

De Cordobapedia
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Dos payasos apócrifos

Era la víspera de la fiesta de San Juan. Dos amigos y compañeros de profesión, siempre de buen humor y dispuestos a pasar la juventud lo más alegremente posible, decidieron vestirse de máscara, por primera vez en su vida, la noche el 23 de junio. ¡Qué bromazo iban a correr, ellos que sabían la historia de todo el mundo!

Para realizar su propósito pidieron unos trajes de payasos a una compañía de gimnastas que pasaba interminables temporadas trabajando en nuestra población, la popular compañía de los hermanos Resusta Teresa.

Un ingeniosísimo artista se comprometió a desfigurarles los rostros, a fin de que no tuvieran que usar careta, molestísima en cualquier tiempo y más en verano y, efectivamente, valiéndose de postizos de algodón en rama y crepé, de gomas, albayalde, carmin y corcho quemado, les transformó de tal manera el físico que era imposible conocerles y mirarles sin soltar la carcajada.

Jamás vieron los mortales dos caras mas extrañas y ridículas que aquellas.

Los payasos se miraron al espejo y estuvieron a punto de horrorizarse de ellos mismos; felicitaron al artista por su magna obra y armados de sendas disciplinas de madera, de esas que, al golpear, producen mucho ruido, se encaminaron al Paseo del Gran Capitán, a la hora en que estaba materialmente abarrotado de público, regocijándose en el efecto que iban a producir.

Apenas habían penetrado en dicho paraje empezaron a oir, con asombro, estas o parecidas frases que salían de todos los labios: ¡mira a Fulano y Zutano (aquí los nombres de los dos amigos) vestidos de marcara) ¡Ahí van, ahí van Mengano y Perengano disfrazados de payaso! y así sucesivamente.

El estupor de ambos no tuvo limites; ¿cómo hasta los niños de pecho sabían quienes eran, cuando al presentarse momentos antes en sus casas no les habían conocido ni sus familias respectivas?

Miráronse con estupefacción y entonces lo comprendieron todo, como dicen los novelistas. El sudor les había quitado postizos y pinturas dejándoles los rostros tan limpios como si se los acabaran de lavar con jabón.

Mas corridos que una mona huyeron del paseo, marchando al domicilio de los gimnastas para despojarse de los grotescos disfraces, después de jurar solemnemente no volver a vestirse de máscara.

Los titiriteros recibiéronles con carcajadas tan sonoras como las que momentos antes lanzaba, al verles, el público del Gran Capitán.

Pronto se explicaron lo ocurrido; no habían tenido la precaución, antes de que les pintaran, de embadurnarse el rostro con codcream o manteca, como hacen los payasos auténticos y el albayalde, el carmín y la goma que pegaban los postizos, habían desaparecido por completo.

Entonces los gimnastas tuvieron una idea feliz; ahora si que vamos a dar el golpe, dijeron; ustedes cambian sus trajes por otros que les facilitaremos; dos de nosotros nos vestimos con los de ustedes, los demás compañeros con los que les sirven para el trabajo y unos con las caretas que usamos en las pantomimas y otros enyesados y pintarrajeados convenientemente, nos presentamos todos en el paseo, formando una verdadera compañía acrobática.

Así será imposible que nos conozcan; ustedes nos dicen los nombres y algunos detalles íntimos de las personas a quienes quieran embromar y nosotros nos encargamos de cumplir ese cometido, de picar su curiosidad y de hacer que se devanen los sesos por averiguar quiénes somos.

Las dos mascaras fracasadas acogieron el pensamiento con gran entusiasmo y media hora después entraba triunfalmente en el Gran Capitán una mascarada de acróbatas, gimnastas y payasos.

Aquí uno daba un salto mortal; allí otro hacía una cabriola; éste elevaba a pulso a un transeunte alto y fornido; aquél terminaba una pirueta encaramándose sobre los hombros de un compañero.

Esos son los titiriteros de la compañía de Resusta, empezó a decir la gente, pero al ver que aquellas máscaras conocían a todo el mundo y daban detalles de la vida y milagros de cualquiera, empezó a dudar de que fueran los referidos artistas y terminó por convencerse de que se trataba de hombres que habían permanecido la mayor parte de su vida en Córdoba y estaban relacionados con todas las clases de la sociedad.

Los dos amigos, antes corridos y avergonzados, se divirtieron mucho más de lo que suponían al concebir el propósito de vestirse de máscara la noche de la Velada de San Juan.

Terminada la verbena, para festejar el éxito obtenido, reuniéronse en un establecimiento próximo, más que en alegre cena en animado almuerza, pues el sol aparecía ya en el horizonte.

Allí se recordó un hecho ocurrido pocos días antes en un jardín inmediato. Un rapazuelo vagabundo saltó la verja de aquel para coger unas naranjas; sorprendióle el propietario de la finca y lo arrojó por encima de la verja a la calle.

El infeliz pequeñuelo, que estaba descalzo, quedó clavado por un pie en los puntiagudos hierros colocados en el zócalo de la verja y de allí pasó al hospital con una herida muy grave.

El relato de este suceso produjo gran indignación a uno de los gimnastas, el hércules de la compañía, quien se aprestó a vengar inmediatamente el acto de inhumanidad cometido con el muchacho.

Ligero como una ardilla trepó a la verja, penetró en el jardín y, en pocos minutos, produjo en él más destrozos que un pedrisco, dispuesto, si aparecía el dueño, a romperle la crisma de un puñetazo.

Llegó el momento de dispersarse la reunión, pues, como día festivo, los titiriteros tenían que salir en cabalgata para hacer la propaganda de la función de la tarde y uno de aquellos dijo a los dos amigos de buen humor que habían tomado parte en la tradicional mascarada de la verbena de San Juan: ¿a que no son ustedes capaces de acompañarnos?

¿Que no? contestaron ambos al mismo tiempo; cuando ustedes quieran nos ponemos en marcha.

Pocos minutos después, de la Plaza del Ángel, en una de cuyas casas de huéspedes habitaban los citados artistas, partían varios coches conduciendo a la compañía Resusta Teresa con los mismos trajes que lucían la noche anterior, precedida de una murga insoportable.

Los titiriteros, según su costumbre, recorrieron toda la ciudad repartiendo prospectos anunciadores del grandioso espectáculo preparado para el 24 de junio.

En la tarea del reparto distinguiéronse los dos camaradas a quienes nos venimos refiriendo.

Los chiquillos y las mozas del pueblo que conocían como si fueran individuos de sus familias a los hermanos Resusta, Paco Fernández, Vicente Villora y demás elementos de la compañía, exclamaban al ver pasar la cabalgata, aludiendo a los intrusos: esta tarde van a trabajar dos artistas nuevos.

Y la supuesta novedad contribuyó a aumentar aquella tarde la concurrencia de público en el espectáculo.

El curioso lector ¿desea saber quienes eran los dos payasos apócrifos? Pues se lo diremos en secreto.

Uno era el ingenioso y mordaz periodista Pepe Navarro Prieto; otro ... el autor de estos recuerdos del pasado.

Junio, 1919.

Referencias

[1]

  1. Notas cordobesas. Recuerdos del pasado. Vol 4. 1923.