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La Virgen de Agosto (Notas cordobesas)

De Cordobapedia

La Virgen de Agosto

Día de gran fiesta y de verdadero júbilo para el pueblo de Córdoba era, en otros tiempos, el 15 de agosto, dedicado por la Iglesia a conmemorar el misterio de la Asunsión [sic] de la Virgen.

Los obreros del campo que, concluida la viajada vienen en esa fecha a holgar, levantábanse muy temprano y unos luciendo los trapitos de cristianar y otros vestidos con los bombachos y la blusa del trabajo y cubierta la cabeza con el enorme sombrero de palma lleno de espejuelos, cintas y lazos de colores, dirigíanse a la Plaza del Salvador y a los alrededores del Mercado, sitios en que formaban numerosos grupos y pasaban algunas horas en alegre charla, cambiando impresiones sobre el trabajo, sin protestar contra su suerte y dispuestos a pasar lo mejor posible la breve temporada que habían de permanecer al lado de sus familias.

Mozos y ancianos convidábanse repetidas veces en las tabernas de los mencionados parajes, en las que hacían gran consumo de chicuelas de pasas y medios cafés con aguardiente.

Las vecinas de los barrios de San Basilio y San Agustín también madrugaban más que de costumbre, para barrer y regar las puertas de sus casas y dar bajeras a las paredes, a fin de que estuvieran limpias y relucientes cuando pasaran ante ellas las imágenes de Nuestra Señora del Tránsito.

Si por la tarde se celebraba corrida de novillos, los campesinos invadían los tendidos de sol de la Plaza, sin temor al calor, para admirar las proezas de los lidiadores.

Apenas concluía la fiesta marchaban al barrio de San Basilio para asistir a la procesión, una de las más típicas y populares de nuestra ciudad.

Jóvenes y viejos, con sus ropas de lujo, consistentes en el traje negro de recio y burdo paño, las botas de casquillos de color y la camisa de pechera rizada y encañonada, disputábanse el honor de conducir a la Virgen en sus andas o de acompañarla con un cirio.

Organizábase la comitiva enmedio del mayor entusiasmo, que no decaía un momento mientras la venerada imagen recorría las principales calles del barrio.

Balcones y ventanas ostentaban a guisa de colgaduras, ya la colcha blanca de ganchillo o la de lienzo rameado de vivos colores; ya el vistoso mantón de Manila, ya la sábana llena de encajes y bordados.

No quedaba vecino que dejara de salir a la puerta de su casa para ver la bella efigie yacente, rodeada de gasas y flores.

En aquellas horas interrumpía el silencio característico de nuestros barrios un ruido ensordecedor pero simpático y agradable formado por el repique de las campanas del templo, el disparo de los cohetes, las notas de la banda de música, los gritos de los mozos encargados de expender las papeletas para la rifa del par de pichones o el melón de descomunal tamaño, el choque de las monedas en los cepos al ser agitados por los postulantes y el continuo clamoreo de la turba de chiquillos exclamando en todas partes: ¡Viva la Virgen de acá!

Cuando terminaba esta procesión la gente dirigíase, casi a la carrera, al barrio de San Agustín, para ver, siquiera, entrar a la imagen en su templo.

Solemne y brillante resultaba aquí también la procesión de Nuestra Señora del Tránsito, pero no tenía un sello tan típico, tan popular como la de San Basilio.

Las dos iglesias expresadas permanecían abiertas hasta las altas horas de la noche y por ellas desfilaban innumebles fieles para orar ante la Reina de los Cielos.

Al penetrar en ellas experimentábase una sensación gratísima; allí se respiraba un ambiente fresco y embalsamado con los aromas de las flores y el divino perfume de la oración.

El altar de la Virgen brillaba como un ascua de oro y las luces de cera, los ramos de flores y las macetas de albahaca primorosamente recortada, y de otras plantas olorosas, únicos elementos utilizados entonces para exornar la Casa de Dios, formaban un conjunto grandioso y artístico dentro de su extremada sencillez.

Aquel conjunto invitaba al recogimiento y a la oración.

Luego mozas y mozos no sabían donde acudir, pues había tres verbenas en la misma noche; las de San Basilio y San Agustín y la de la Virgen de los Faroles en la Catedral, pero no faltaba público para ninguna y en todas era extraordinaria la animación.

Notábase en éstas y en todas las demás veladas cordobesas menos lujo que ahora, mas sencillez y en su consecuencia tenían mayores encantos.

No había en ellas derroches de iluminación, ni tómbolas, ni salones de baile, sino únicamente varias mesillas con campanas de barro y otros juguetes primitivos, muchos puestos de higochumbos, las clásicas arropieras, la cucaña y el tio vivo.

Esto bastaba para que la gente joven se divirtiera, ya dando vueltas en los cochecitos de madera, ya paseando por las calles del barrio y para que los chiquillos disfrutasen promoviendo un estrépito infernal con pitos y carracas de madera.

Los mozos obsequiaban a sus novias y amigas con los higochumbos o los olorosos ramos de jazmines y no faltaban mozalbetes bulliciosos que, para prolongar la velada y la agradable charla con las lindas jóvenes, hacían emprender a éstas y sus familias la caminata desde San Basilio o San Agustín hasta la Virgen de los Faroles, con el propósito de convidarlas, so pretexto de que en ninguna parte se hallaban arropías tan dulces corno las de Matea ni agua tan fresca y exquisita como la del Caño gordo.

Agosto, 1919.

Referencias

[1]

  1. Notas cordobesas. Recuerdos del pasado. Vol 4. 1923.