La invasión carlista de 1836

Francisco Díaz de Morales fue un militar español que ostentaba el cargo de Jefe de Estado Mayor y Comandante de la Brigada Nacional de Artillería en Córdoba durante la Primera Guerra Carlista.

Es conocido principalmente por su "Esposicion elevada a S. M." (la Reina Gobernadora María Cristina de Borbón) detallando los Sucesos de Córdoba ocurridos a finales de septiembre y principios de octubre de 1836, cuando la ciudad fue ocupada militarmente por la facción carlista liderada por el general Miguel Gómez Damas. Este documento, impreso y publicado en Madrid en 1837 como "apuntes á la historia contemporanea", constituye una fuente primordial para conocer dichos acontecimientos desde la perspectiva de uno de sus protagonistas liberales.

Contexto de la Expedición Carlista de Gómez

En su exposición, Díaz de Morales relata cómo, tras haber sido prisionero de los carlistas y haber presenciado el asesinato del coronel comandante general de la provincia de Córdoba, D. Antonio del Villar, se sintió en el deber de informar a la Reina sobre la ocupación de la capital por la facción del general carlista Miguel Gómez Damas. Describe que la expedición carlista recorría España "impunemente", pareciendo "mas bien escoltada que perseguida".

La falta de noticias fiables o su inexactitud provocaron que la llegada de Gómez a Andalucía fuera sorpresiva y aterradora. El ejército del pretendiente carlista, tras atravesar la carretera real de Valencia, se dirigió hacia Sierra Morena sin oposición, a pesar de las reclamaciones para situar un cuerpo de reserva en la zona.

Preparativos en Córdoba

Ante la amenaza, Díaz de Morales fue enviado a Despeñaperros para indagar la dirección de la "horda" carlista y coordinar medidas con las autoridades de Jaén. Se enviaron avisos al capitán general de Granada y al de Sevilla. En Córdoba, se acordó la construcción de un fuerte, el mismo que habían utilizado los franceses durante la Guerra de la Independencia y los nacionales en la insurrección militar de junio de 1822.

A pesar de las reclamaciones, las fuerzas de línea y francas dependientes de Sevilla, así como la brigada de marina y compañías de seguridad y voluntarios de Andalucía que podrían haber defendido Sierra Morena junto con las de Jaén, fueron retiradas de Córdoba, dejando el distrito militar desprotegido.

La situación, fuerza y dirección de la facción carlista eran desconocidas hasta que se supo que habían superado la cordillera de la Bética y se encontraban en Chiclana, pasando de allí a Villa Carrillo. Aunque circuló un rumor sobre una victoria liberal en Villarrobledo, la certeza de esta no llegó hasta que las Andalucías ya veían a la facción de Gómez encima.

A pesar de que el fuerte de la Libertad de Córdoba estaba apenas bosquejado y sin provisiones, la autoridad decidió reunir en él a los milicianos nacionales para defender la ciudad. La milicia nacional de toda la provincia, incluyendo destacamentos de Iznájar, Aguilar, Cabra y Montilla, acudió con entusiasmo a la capital. Un cuerpo avanzado de la provincia de Córdoba, bajo las órdenes de D. José Povedano, llegó hasta Andújar el 29 de septiembre, donde supieron que la facción carlista venía en fuerza. Gómez llegó esa noche a El Carpio, a media jornada de la capital.

Llegada de la Facción Carlista y Ocupación de Córdoba

Las autoridades convocaron una junta donde, aunque la mayoría opinó retirarse, prevaleció la decisión de defender Córdoba. La fortificación del extenso recinto de Córdoba era precaria, con empalizadas en las tres puertas principales y las nueve restantes cerradas. Estas obras no estaban concluidas cuando el 30 de septiembre por la mañana, Gómez marchó sobre la ciudad, informado por una "junta rebelde oculta en Córdoba".

La milicia nacional se dividió en dos batallones, uno al mando del comandante de Iznájar y otro al del de Montilla, con el de Córdoba bajo el mando de D. Miguel Cabezas. Díaz de Morales fue nombrado jefe del estado mayor. El teniente coronel retirado D. José Domínguez fue designado gobernador del fuerte, con D. Adrián Parra Verde como segundo. La Torre de la Calahorra fue confiada al oficial retirado D. Antonio Ferri. La caballería nacional se retiró, quedando solo partidas francas de los comandantes D. José Povedano y D. Tadeo Calvo, carabineros del resguardo militar y una compañía de voluntarios de Andalucía. En el fuerte permaneció el patriota D. José Bertrán de Lis.

La defensa de la ciudad se dividió en tres distritos. A Díaz de Morales le correspondió la parte avanzada desde la Puerta del Sol o de Martos hasta la de Plasencia, con fuerzas de la milicia de Córdoba, voluntarios de Andalucía y destacamentos de Priego y Rute. La parte septentrional fue confiada a las partidas de Povedano y Calvo, con nacionales de El Carpio.

Reconocido el enemigo entre las 8 y 9 de la mañana del día 30 de septiembre, Díaz de Morales observó que la facción carlista se corría por su izquierda. Los carlistas, con ayuda de "un populacho escitado de antemano", rompieron una puerta (la del Santo Cristo) y se posesionaron de ella. El jefe político y el comandante general, que recorrían la línea, casi fueron capturados. Situaciones similares ocurrieron en la Puerta de Colodro y en la del Rincón. Díaz de Morales, cortado y lejos del fuerte, contramarchó desde la puerta Nueva, logrando salvar a sus 80 nacionales y a la compañía de voluntarios, destacando al teniente Vicente Coromines para proteger a los nacionales de Priego y Rute. El capitán D. Antonio de Torres, al mando en la Puerta Nueva, secundó con valor. Lograron llegar al fuerte, aunque la compañía de voluntarios de Andalucía fue hecha prisionera cerca de la cruz del Rastro. El cabecilla carlista Villalobos intentó cortarles el paso, pero los liberales se abrieron camino.

Defensa del Fuerte de la Libertad

El fuerte fue inmediatamente circunvalado y atacado, especialmente por la parte del Palacio Episcopal. En la Torre de la Calahorra, un acto de insubordinación provocó la huida de su gobernador. La torre de la catedral, abandonada al enemigo, hostigaba a los defensores del fuerte.

Se confirmó que la facción carlista no era un resto, sino que constaba de doce batallones, ocho escuadrones, dos piezas de artillería, y numerosos bandidos y populacho cordobés, incluyendo antiguos realistas. Al anochecer del 30 de septiembre, los sitiadores enviaron una oferta de rendición que fue rechazada. Sin embargo, el comandante general (sucesor del fallecido Antonio del Villar) varió de opinión y hacia la medianoche se marchó del fuerte a la ciudad.

Tomó el mando en el fuerte el coronel D. Francisco Antonio del Villar, jefe de la brigada de nacionales (distinto del comandante general asesinado). Desde la madrugada del 1 de octubre, los carlistas atacaron el Palacio Episcopal, defendido por el comandante D. Francisco Muñoz. Lograron introducirse en él, obligando a los defensores a concentrarse y abandonar dicho palacio. La resistencia se prolongó más de seis horas. El oficial Pedro Padilla, que había sustituido a un caído, fue asaltado por la retaguardia y murió. El arquitecto D. Anjel Ayala intentó volar un arco de comunicación, pero la operación no pudo concluirse y murió uno de los operarios. Los carlistas se posesionaron del colegio de San Pelagio, dejando a los defensores del fuerte circunscritos al alcázar, forzando la retirada de la artillería bajo el mando de D. Ventura Díaz (segundo de Díaz de Morales). Tras treinta horas de fuego ininterrumpido, el incendio en el edificio fronterizo, la falta de agua, víveres, municiones (hechas con plomo de las canales de la catedral) y la certeza de no ser perseguida la facción carlista, llevaron al comandante Francisco Antonio del Villar a cesar el fuego y escuchar las condiciones de rendición.

Capitulación y Prisión

El subinspector de infantería carlista Fulgosio garantizó que los nacionales serían tratados con consideración y se les permitiría marchar o se les daría pasaporte. Bajo estos pactos, los más de mil defensores nacionales y patriotas depusieron las armas entre las tres y cuatro de la tarde.

Pronto se rompieron las promesas. Reunidos en la explanada del campo santo, fueron conducidos al convento de San Cayetano. El saqueo y los malos tratos comenzaron inmediatamente. Tras cinco días hacinados, fueron trasladados a la cárcel. Al marchar la facción de Córdoba, los prisioneros fueron sacados y obligados a seguirla a pie, descalzos, desnudos y hambrientos. Comenzó una serie de asesinatos a bayonetazos, no solo de los que se cansaban, sino a capricho. El primer día de marcha, de Córdoba a Montilla, fueron asesinados tres nacionales, continuando la progresión de víctimas.

En Montilla, gracias a la intercesión de D. Andrés Cuéllar y otros, se intentó un canje de prisioneros a través del juez D. José de Trillo, pero el general cristino Alaix (identificado por Díaz de Morales como "general Alaix") lo rechazó. El comandante general Francisco Antonio del Villar (el octogenario que había dirigido la defensa final del fuerte) fue bayoneteado entre Villa Harta del Alhondiguilla y Pozo Blanco. Los prisioneros fueron arrastrados por Extremadura, Sevilla, la Serranía de Ronda y el Campo de Gibraltar, sufriendo una marcha de 260 leguas en dos meses. En Alcaudete, muchos lograron escapar, excepto los desgraciados Bertrán de Lis, Cabezas y el Conde de Hus (hecho prisionero en Lucena).

Díaz de Morales argumenta que la defensa de Córdoba, aunque improvisada y desventajosa, costó al enemigo uno de sus mejores generales y un considerable número de hombres, y quizás impidió su entrada en Sevilla. La detención de la facción carlista durante siete días en Córdoba paralizó su avance y permitió a Sevilla, Málaga y Cádiz recuperarse de la sorpresa y a las divisiones liberales aproximarse.

Súplicas a la Reina Gobernadora

Francisco Díaz de Morales concluye su exposición solicitando a la Reina Gobernadora:

• Que declare que los sacrificios de los nacionales y patriotas de la provincia de Córdoba le han sido gratos.
• Que autorice un distintivo (una cinta de barras negras y encarnadas) para perpetuar la memoria de su sufrimiento.
• Que conceda a las familias de los nacionales, oficiales y demás individuos que perecieron la pensión correspondiente.
• Específicamente, para la huérfana del comandante general D. Francisco Antonio del Villar, Doña Manuela del Villar y Adán (cuya madre falleció a consecuencia de la pérdida de su esposo), la pensión desde la fecha del martirio de su padre, considerándolo en el rango de mariscal de campo.
• Que se devuelvan a la brigada de artillería de Córdoba dos piezas de artillería de a 4, "El Marqués" y "El Ciscar", que fueron tomadas por los carlistas, enterradas por ellos y descubiertas junto a Iznájar por los nacionales de la provincia, siendo luego conducidas a Málaga.
• Que se lleven a efecto en Córdoba los decretos sobre indemnización por los saqueos y destrozos sufridos.

La exposición está fechada en Madrid, a 29 de octubre de 1837. Una nota final indica que "S. M. recibió esta esposicion con su natural benevolencia y se dignó pasarla para su pronto despacho al Ministerio."