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La Torre de los Donceles (leyenda)
De Cordobapedia
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Romance recogido por Ramírez de Arellano en 1902[1]
I
Lateral de la iglesia de la Magdalena
Cuando el fervor religioso imperaba tanto en Córdoba, la octava del Corpus Cristi celebraban con gran pompa, en lucidas procesiones que de todas las parroquias, con solemnidad salían, y en que la gente devota, con flores en la carrera formaba tupida alfombra.
La hermandad del Sacramento, que aun existe en casi todas, convocaba un gran convite de distinguidas personas, sin olvidar los vecinos que con alta ó baja cuota, al gasto contribuían con voluntad generosa.
Un año, en la Magdalena, llegó la anhelada hora de empezar la procesión, y la gente presurosa empezaba á colocarse sin mirar clase ni forma; cuando al lado del Rector, sin andar en ceremonias, se colocó un hortelano.
D. Luis Fernández de Córdoba, de las más altas familias, por un desaire lo toma, y le dice que se aparte porque aquel sitio le toca.
El hortelano, aunque honrado, contesta, con cierta sorna, que en la presencia de Dios todos tienen igual honra, y que no cede aquel puesto, solo porque se le antoja á un caballero ponerse junto al pálio y la Custodia.
D. Luis con dicha respuesta de tal manera se enoja, que tirando de la espada y llevado de su cólera, al hortelano le da una estocada espantosa.
La mujer del desgraciado sobre el matador se arroja; mas era tarde, la muerte de una manera alevosa, del infeliz hortelano la vida, iracunda, corta.
La procesión terminó y las gentes temerosas, en menos de dos minutos dejaron la iglesia sola.
II
Torre de los Donceles
Pronto vino la justicia para formar el proceso, tomando declaraciones de los nobles y del pueblo, que la verdad declararon sin andarse en miramientos.
El Corregidor dispuso poner á Córdoba preso y al punto los alguaciles aquel mandato cumplieron.
Cerca de la Magdalena, de su plaza al otro extremo, habrá ya un tercio de siglo una torre demolieron.
De la grandeza de Córdoba era un honroso recuerdo que abandonó la llamada Comisión de Monumentos, no acudiendo en su defensa con su valioso consejo.
En el siglo á que aludimos la destinaron á encierro del noble que cometiera algún delito ó exceso; que á la cárcel general iba tan solo el plebeyo.
En esa torre encerraron al héroe de nuestro cuento. Don Luis Fernández de Córdoba, tan noble como soberbio, esperando el resultado estuvo más de año y medio, sin temor á la justicia, señora que en todos tiempos ha solido doblegarse á quien tuvo más dinero.
Una tarde en la parroquia tocaron á un sacramento; don Luis subióse al muro, como buen devoto, á verlo.
Por la calle de Muñices, salió, vestida de negro, la viuda del hortelano, que con el mayor respeto bajó toda atribulada, ambas rodillas al suelo.
De repente, de la torre las piedras se desprendieron en que estaba el noble cordobés, y con el mayor estruendo, ante la puerta de Andújar el infeliz quedó muerto.
La inconsolable viuda gritó: — ¡Milagro del cielo que á los jueces de la tierra enseña á ser justicieros!