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Botineros y zapateros (Notas cordobesas)

De Cordobapedia
Un gremio netamente cordobés, que tuvo verdadera importancia y desapareció hace ya muchos años, fue el de los botineros.
Dedicábase sólo á la confección de botines, de aquellas botas abiertas, llenas de labores y correillas, que hoy únicamente vemos en el teatro cuando los actores tienen que representar tipos de majos ó de bandoleros andaluces.
El oficio de botinero era, pues, independiente del de zapatero y hasta los talleres de unos y otros estaban en distintos lugares de la población.
Los principales botineros trabajaban en la calle de Carnicerías, hoy de Alfaros, y su industria les proporcionaba medios para vivir muy holgadamente.
Allí se les veía, en amplios portales, ya mojando las pieles, esas pieles llamadas cordobanes porque tomaron el nombre de nuestra ciudad donde se curtían, ya amoldándolas á las hormas que las daban forma, ya adornándolas con multitud de laberínticos pespuntes, que pregonaban el mejor ó peor gusto artístico del botinero.
Este, además del calzado referido, hacía cuando se los encargaban zahones de lujo para los cazadores y petacas de cuero, también llenas de labores pespunteadas.
Uno de los mejores y más populares botineros fue el conocido por el Cojo San Román. Este regaló unos preciosos zahones al Rey Alfonso XII, la primera vez que nuestra población recibió la visita de Su Majestad.
Cuéntase una curiosa anécdota de dos de los referidos industriales; habitaban uno frente al otro en la calle de Carnicerías y todas las mañanas iban juntos á tomar el aguardiente.
Sucedía con frecuencia que, charlando y bebiendo, se les pasaba el tiempo inadvertidamente y perdían varias horas de trabajo.
Sus respectivas esposas decidieron evitar este abuso y, al efecto, apenas había transcurrido media hora de la ausencia de sus hombres, se presentaban, para llevárselos, en la Taberna de Diéguez que era el punto de reunión..
Los botineros, á fin de burlar la persecución de sus caras mitades, variaron de establecimiento, yéndose á matar el gusanillo á "La Fama Cordobesa", pero pronto dieron también con el nuevo escondite las terribles mujeres y entonces los bebedores acordaron visitar cada día una taberna diferente.
¿Cree el lector que les sirvió la estratajema? Pues se equivoca.
Uno de los dos amigos poseía un perro que le acompañaba diariamente en tales excursiones y de él se valió su fama [sic - presumiblemente 'ama'] para descubrir el paradero de los truhanes maridos.
Tenía buen cuidado, todas las mañanas, de sujetar al can. para que no se marchara con su dueño y cuando lo juzgaba conveniente, salían ella y su amiga precedidas del animalito que iba entrando en todas las tabernas frecuentadas por su amo hasta dar con él.
Los saltos y ladridos de júbilo conque el perro celebraba el encuentro, anunciábanselo á las incansables perseguidoras que entonces penetraban echando el guante á los fugitivos.
Cuando pasó la moda de los botines la mayoría de sus constructores se dedicó á múltiples oficios y muy pocos al de zapatero.
Hubo algún industrial de los referidos que llegó á ser tenedor de libros de una importante casa de banca; otro, el popular Matute, desempeñó los cargos de apuntador y guardarropa de teatros, y otro, más popular aún, Pepito el del huerto, acabó su existencia enseñando el arte coreográfico.
Casi todos los demás establecimientos de calzado de Córdoba estaban en la calle llamada de la Zapatería, que era el trozo de la Calle del Liceo, hoy de Alfonso XIII, comprendido desde la desembocadura de la del Cister hasta la Plaza del Salvador, y la mayor parte de los zapateros denominados remendones tenía sus portales en la que aún sigue ostentando la denominación de Zapatería Vieja.
Todavía quedan varias tiendas en la Calle Alfonso XIII que conservan algo de su primitivo carácter; fáltanles las pieles curtidas en las tenerías de la Ribera, colgadas en las puertas á guisa de anuncio; el quinqué de petróleo, como única iluminación, y el zapatero anciano, de reluciente calva, con las gafas cabalgando en la punta de la nariz; de mandil mugriento que, tijeras en mano, cortaba y recortaba zapatos y botas sobre el mostrador ó atendía á sus parroquianos con solicitud, sobre todo si eran mujeres guapas.
Entre estos zapateros sobresalía el Maestro Tena, no ya por su habilidad en la obra prima sino por sus aficiones y competencia en numismática, apesar de ser casi analfabeto.
Clasificaba con facilidad y exactitud admirables las monedas más dudosas y consultábanle hombres de tanta autoridad en la materia como Gayangos y Amador de los Ríos.
Poseía, además, un monetario de bastante valor.
Enterado de esta rara habilidad del zapatero el Obispo de Córdoba don Juan Alfonso de Alburquerque mandóle llamar y le preguntó:
Usted ¿qué profesiones ejerce?
Yo señor -respondió el Maestro Tena- soy zapatero, panaero, numismático, medio meico y cirujano.
-¡Hombre! ¿y cómo puede ser eso? -objetóle el Prelado.
Pues ahí verá su excelencia -continuó diciendo el interlocutor- cosas del mundo: poseí una panadería, ahora me dedico á zapatero; tengo grandes aficiones á las monedas antiguas y las conozco algo; actúo de medico porque á mi familia y á los amigos que están enfermos les mando la roá y con ella sanan, y agrego lo de cirujano porque todos los médicos se lo llaman.
El Obispo enseñóle varias medallas y monedas antiguas y Tena, sin vacilar, determinó las épocas y los reinados á que pertenecían y hasta las fechas en que estaban acuñadas, con gran asombro de don Juan Alfonso de Alburquerque quien lo colmó de felicitaciones.
En la humilde clase de zapateros remendones existían típos originalísimos y populares.
Uno era Moyano, que se titulaba el Rey de la Puerta de Almodóvar.
Tenia allí su portal y fundaba ese dictado en la carencia total de obligaciones, en la independencia absoluta en que vivía.
Sólo anhelaba que llegase pronto el lunes, para trasegar más aguardiente que de ordinario, para coger una borrachera mayor que la de los restantes días de la semana; por eso á todos los amigos que le visitaban despedíales con la frase sacramental: adiós, niño, hasta el lunes.
¿Y quién no recuerda al famoso Juanillo Bacalao, maestro de natación á la vez que zapatero, que enseñaba á los muchachos á nadar en la Ribera, sujetándolos con una cuerda y una horquilla?
A este le sucedieron varios percances graciosos.
Tenia en su portal de la Pescadería una urraca y como pasaran por allí, diariamente, en pandilla, numerosas vecinas del Campo de la Verdad que se reunían para ir al mercado, enseñó á decir al animalito: Maestro; ¿qué pasa? ue las ... (aquí un adjetivo denigrante) del Campo de la Verdad van á la plaza.
Al tercero ó cuarto día de oir las mujeres tal diálogo entraron como una tromba en el portal y de la pobre urraca y del jaulón en que se hallaba prisionera no dejaron ni señales.
Varios gitanos del barrio de la Pescadería acostumbraban á situarse, para discutir sus tratos y negocios, delante de la humilde morada de Juanillo Bacalao.
Señores, les solía decir este en tono de súplica, retírense ustedes un poco que ocultan á la vista del público mi establecimiento.
Los gitanos oíanle como el que oye llover y, en vista de su terquedad, el zapatero ideó un procedimiento radical para que se marchasen de allí.
Buscó un hopo de una zorra; una mañana, muy temprano, lo colgó de los hierros de la ventana del portal y se fué á la Corredera, con un viejo cenacho de palma, para hacer la compra.
Ver los gitanos aquel signo terrible de males y desgracias sin cuento y emprenderla á pedradas con la casa todo fué uno; en pocos instantes destrozaron la ventana y la puerta y penetrando, como horda salvaje, en la pobre morada de Juanillo, dejáronla en cruz y en cuadro; lleváronse todo lo que consideraron útil y lo demás lo rompieron.
Cuando regresó el zapatero, sólo le quedaba, de su ajuar, el cenacho y eso porque se lo había llevado consigo.
Al día siguiente trasladó el establecimiento al Campo de la Verdad.
Uno de los remendones que, desde tiempo inmemorial, trabaja bajo los arcos de la Corredera resolvió muy fácilmente el problema de la habitación económica; poseía un viejo arcón apolillado; en uno de los rincones guardaba los materiales y las herramientas y el resto servíale de lecho, no muy duro, pues sobre la tabla había paja abundante.
Poco después del toque de oraciones, este moderno Diógenes apuraba algunas lamparillas, abría el arcón, acomodábase en él, dejaba caer la tapa y hasta el otro día.
Cierta noche unos individuos de buen humor, cuando calcularon que el maestro estaba dormido, cogieron con cuidado el arca y la trasladaron de los portales de la Plaza al paseo de la Ribera.
Los transeuntes, á quienes llamó la atención aquel enorme trasto colocado enmedio de la vía pública, avisaron á los serenos; estos no se atrevieron á abrir el cofre misterioso y llamaron á la policía, mirando todos el mueble con terror.
Al fin, tras muchas cábalas y con grandes precauciones, acercáronse al arca, levantaron la tapa y apareció nuestro hombre roncando como un bendito.
No sería justo omitir en esta relación de personajes al Zapatero largo, decano de los beodos de su tiempo, que por sus continuos escándalos pasó la mitad de la vida en la cárcel y la otra mitad vagando de cortijada en cortijada, con las herramientas y los materiales en un costal al hombro, para ofrecer sus servicios á la gente del campo y reunir unas perras que habían de convertirse luego en aguardiente.
Los zapateros de Córdoba fundaron el año 1588 la Hermandad de San Crispín, al que rendían culto en la Ermita de San Crispín, donde después fué descubierta la Sinagoga.
Y durante mucho tiempo un zapatero remendón tuvo su taller en ese monumento nacional.
¡Quién había de decir que bajo la bóveda que recogiera los fervientes rezos de la raza proscrita resonarían, al correr los siglos, las notas de canciones tan profanas como La camisa de la Lola ó tan inocentes como Mambrú se fue a la guerra!
iSarcasmos del destino! [1]
  1. Montis Romero, Ricardo de. Notas Cordobesas (Recuerdos del pasado).