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Casimiro Ortas (Notas cordobesas)

De Cordobapedia

Casimiro Ortas

En la semana que hoy concluye ha rendido, en Madrid, el obligado tributo a la muerte uno de los actores predilectos del público de Córdoba y más populares en España: Casimiro Ortas.

Seguramente la noticia de su muerte habrá producido disgusto a muchos lectores de estas notas retrospectivas que pasarían ratos de solaz viendo en la escena a aquel gracioso artista.

De todos los cómicos que han desfilado por nuestra ciudad se puede asegurar que sólo tres lograron captarse por completo las simpatías del público y obtener una popularidad envidiable: Espantaleón, Julio Nadal y Casimiro Ortas.

Los tres actuaron durante gran número de largas temporadas en los diversos teatros de Córdoba, realizando campanas excelentes, lo mismo en el orden artístico que en el mercantil.

Casimiro Ortas vino la primera vez formando parte de la compañía de Julián Romea, su maestro, en la que se destacaba por su gracia y naturalidad, condiciones merced a las cuales lograba sacar gran partido aún de los papeles menos importantes.

Que aficionado al teatro que recuerde aquellos tiempos no recordará también con regocijo ciertos tipos de los que Ortas hizo verdaderas creaciones, como el Compadre del protagonista de El mundo comedia es o el baile de Luis Alonso y el Alguacil de la Audiencia en ¡Bonitas están las leyes!

En la primera de dichas obras, sólo con la frase: “Compadre, me puedo bajar ya del patíbulo” arrancaba la carcajada unánime de los espectadores, y en la segunda provocaba, asimismo la hilaridad general, con la ridícula genuflexión que hacía a la vez que exclamaba: “pasen los señores magistrados” recordándonos a un auténtico alguacil, no menos popular que él.

Algunos años después formó compañía y una de las poblaciones que más frecuentemente visitaba era la nuestra.

Casi todos los veranos venía a actuar en el Teatro Circo del Gran Capitán; con gran satisfacción de su público, tan heterogéneo y numeroso que lo formaba todo Córdoba.

Por regla general se rodeaba de buenos artistas, sobresaliendo siempre las tiples, pues contrataba a las de más renombre.

Estrenaba todas las obras que habían obtenido mayor éxito, presentándolas con tanto lujo de detalles como en el mejor teatro de Madrid.

Y así conseguía contar por llenos las funciones y hacer negocios inmejorables.

Dedicaba la última sección de cada noche a sus amigos y en ella echaba el resto, como se dice vulgarmente.

Derrochaba la gracia, sostenía diálogos con los espectadores, caricaturizaba a algunos, respondía con un chiste a las frases que le dirigía la gente de buen humor y hacía desternillar de risa a la persona más seria y grave.

Caracterizaba con admirable perfección los tipos populares; sobre todo los madrileños, y su especialidad eran los papeles de borracho aunque él apenas probaba la bebida.

Sabía dar a estos papeles gran variedad, así que resultaban completamente distintos, por ejemplo, el beodo que representaba en El Tirador de Palomas y el alguacil, también portador de una soberbia pitima, que hacia en El padrino del nene.

Ya en sus últimos años de empresario y director trabajaba poco; prefería que le sustituyera su hijo, Casimirito o el Niño de Ortas, como todo el mundo le llamaba y sigue llamándole.

El, entonces, se despojaba de su triple carácter de empresario, director y actor para convertirse únicamente en espectador; salíase al patio de butacas y allí, confundido con el público, pasaba las horas más felices de su vida, admirando el trabajo de su hijo, recreándose en él, sin perder el menor detalle, abstraído de cuanto le rodeaba.

Y cuando el público prorrumpía en una carcajada o en un aplauso, Ortas abandonaba su asiento y salía precipitadamente de la sala para que no le vieran llorar como un chiquillo.

Muchos de sus amigos y admiradores al ver en el reparto de una obra de las predilectas de Ortas que en vez de figurar él aparecía Casimirito, decían al popular actor: hombre, por que no la haces tú, nos diviertes tanto cuando trabajas...

Y él, siempre deseoso de complacer a los cordobeses, contestaba procurando disimular un gesto de desagrado: bueno, os daré gusto, aunque os advierto que mi hijo esta mucho mejor que yo en este papel.

Y algunos que con esas frases que implicaban un ruego creían complacer al viejo cómico, no sabían que le clavaban un dardo en el corazón.

Porque Casimiro Ortas, el cómico que ya alejado de la escena acaba de rendirse en la jornada de la vida, antes que empresario, antes que director y antes que artista era padre y entre todos los amores predominaba en su alma el amor inmenso que sentía por sus hijos.

14 de julio 1919.

Referencias

[1]

  1. Notas cordobesas. Recuerdos del pasado. Vol 4. 1923.