Menú alternativo
Toggle preferences menu
Menú alternativo personal
No has accedido
Tu dirección IP será visible si haces alguna edición

Bienvenidos a la nueva versión de Cordobapedia

Matías el del Queso (Notas cordobesas)

De Cordobapedia


Era paisano del Hidalgo Caballero, aunque su figura más tuviese de la de Sancho que de la de Don Quijote; sin embargo pasó la mayor parte de su vida en Córdoba y gozaba en nuestra población de una popularidad que de seguro envidiarían muchos grandes hombres.
¿Quién no conoció á Matías? Bajito de cuerpo, rechoncho, coloradote, vistiendo invariablemente blusa y pantalón de tela azul, faja negra mal liada al cuerpo y sombrero también negro, de anchas alas, caidas y mugrientas.
Con su mercancía en un costal echado á la espalda, como si no le pesaran ni aquella ni los años, recorría á paso ligero y menudito infinidad de veces al día todas las calles de nuestra población, haciendo alto, de vez en cuando, en alguna taberna para tomar un medio tinto, y lanzando sin cesar su característico pregón: ¡queso manchegooo! con voz potentísima, que hería el tímpano menos sensible.
Como que á piernas vigorosas y á pulmones robustos habría muy pocas personas que le ganasen.
¡Cuántos cantantes hubieran dado cualquier cosa por sostener el formidable calderón con que invariablemente acababa sus pregones!
Matías el del queso jamás tuvo penas ó, si las tuvo, supo disimularlas muy bien.
Siempre se le hallaba alegre, siempre comunicativo, siempre dicharachero, saludando á todo el mundo, tuteando á media humanidad, piropeando á las mozas, respondiendo con una frase chispeante á las bromas que le dirigían, por oirle, más de cuatro.
Sólo una cosa le incomodaba en este mundo; que, según una costumbre muy arraigada en Córdoba, le dijesen, al llamarle, tío. Pero él procuraba ocultar su enojo y respondía dando el dictado de sobrino quien de tal modo le nombrara.
Era, además, una especie de coco para los niños; cuando se ponían penosos, sus madres los asustaban con esta amenaza: ¡que viene Matías! y al pasar este le ponían delante á los pequeñuelos, diciéndoles: ese es el hombre que te va á llevar en el saco si no eres bueno.
Y el vendedor de queso manchego se prestaba complaciente á desempeñar el papel de bu y exclamaba: en cuanto sea malo me avisa usted y lo llevo al río, poniendo los pelos de punta al travieso rapaz con el ofrecimiento.
En una ocasión ocurrió á Matías una aventura desagradable, cuyo recuerdo le daba á los demonios.
Un verano, durante las primeras horas de la tarde, pasaba invariablemente por cierta calle en la que habitaba un militar, que tenía la costumbre de dormir la siesta y no es necesario añadir que le despertaba con el eterno y vibrante pregón ¡queso manchegooo!
El militar, por mediación de su asistente, rogó al vendedor que se abstuviese de gritar de aquel modo á tales horas; Matías prometió acceder al ruego, y, en efecto, al día siguiente llegó silencioso á la calle indicada, más cuando estuvo ante la ventana de la habitación en que dormía el autor de la súplica, aproximó la cara á la reja y, con toda la fuerza de sus pulmones, lanzó el pregón, despertando sobresaltado al hijo de Marte.
El quesero repitió en los días sucesivos la broma hasta que, harto ya de soportarla el militar, aguardóle tras de la puerta, espadín en mano y en el momento en que el taimado vendedor preludiaba el estridente grito cayó sobre sus espaldas una verdadera lluvia de cintarazos.
El humilde comerciante, á costa de grandes trabajos y sacrificios, logró poseer algunos ahorros y, sin dejar su tráfico, dedicóse á la apicultura.
Todas las tardes, después de haber recorrido varias veces la población, sin que le pesaran sus setenta y pico de años, emprendía la caminata á una finca distante de Córdoba tres ó cuatro kilómetros, en la que tenía las colmenas, para ver sus abejas, para cuidarlas, para recrearse en su prodigiosa labor.
Un día entró la mala sombra, la sombra negra, en la casa del manchego; la muerte arrebatóle su esposa, una viejecita tan alegre y dicharachera como él, y poco después manos infames arrebatáronle también sus ahorrillos.
Estos dos golpes le anonadaron, hiciéronle perder primero su jovialidad, después su resistencia física.
Ya no se sentía con alientos para corretear las calles y lanzar sus característicos pregones y tuvo que acogerse á la única tabla salvadora que encuentra el pobre en el naufragio de la vida: un establecimiento de beneficencia.
En él le vimos la última vez, cansado, abatido, torpe, sin ganas de bromas ni de charla. Y nos costó trabajo reconocer en aquel desgraciado al popular Matías que con el sello de la satisfacción en el rostro, la frase chispeante en los labios, el costal de la mercancía á la espalda, hallábamos há poco tiempo en todas partes, haciendo alarde del vigor de sus piernas de acero y de la resistencia de sus pulmones de bronce. [1]

Referencias

  1. Montis Romero, Ricardo de. Notas Cordobesas (Recuerdos del pasado).