Francisco Ortiz Sánchez explicó la tardanza de manera satisfactoria; una pareja de policía dedicóse a seguirle desde la madrugada anterior y tuvo que valerse de cien estratagemas y dar grandes rodeos para burlar la vigilancia de aquellos émulos de la sombra de los Madgiares.
El encuentro se verificó, sin más consecuencias, afortunadamente, que los daños causados por los proyectiles en algunos árboles en que hicieron blanco.
Y lo que pudo ser un drama terminó en una juerga como suele ocurrir en estos casos.
El original escritor a que nos referimos, a pesar de su tranquilidad característica, a veces montaba en cólera, ardía en santa indignación por el más fútil motivo y entonces convertíase en un hombre terrible. Hasta su voz, apagada y débil, adquiría una potencia extraordinaria.
En su calidad de periodista asistió al banquete conque el Ayuntamiento de Córdoba obsequió al insigne marino don Isaac Peral, a raiz del invento de su barco.
Empezaron los brindis y un caracterizado republicano, orador elocuente, habló de la protección que Isabel I concedió al inmortal genovés descubridor de las Américas y de la que la Reina Regente doña María Cristina concedía a Peral.
Estas manifestaciones en boca de un antimonárquico, exaltaron a Fray Tranquilo, quien se levantó airado y calificó de político farsante al orador.
Los compañeros de Ortiz Sánchez tuvieron que llevárselo casi a viva fuerza y, como era consiguiente, aquel se vió obligado a renunciar el cargo de director de La Provincia.
Otra vez, al pasar por una calle, la dueña de un puesto de leche le manchó inadvertidamente el traje, al arrojar al suelo una poca de agua, y el ciudadano pacifico, blandiendo el bastón a guisa de tizona, arremetió contra cántaros, medidas, vasos y demás cachivaches con mayor ímpetu que don Quijote contra la manada de borregos, hasta convertir todo en añicos.
Un ingenioso artista, amigo de Ortiz Sánchez, hizo un graciosísimo dibujo, reproduciendo la escena a la que tituló La batalla de la leche.
Pero estos eran casos verdaderamente excepcionales en la vida del escritor bohemio, libre en absoluto de preocupaciones, dispuesto siempre a tomar el tiempo como viniera.
Jamás usó reloj porque, según afirmaba, le tenia sin cuidado la hora; someterse a un orden, a un método, constituía para él una esclavitud.
Hablando un día con un amigo citó incidentalmente a su esposa. ¿Pero tú estás casado?, exclamó su interlocutor, ¡pues ahora me entero!
No tiene nada de extraño, contestóle Ortiz Sánchez; yo tampoco me entere hasta que tuve el primer hijo.
Y para colmo y como final de estas notas, allá va el siguiente hecho:
Hallábase Fray Tranquilo cesante y una persona muy conocida en esta capital, que se interesaba por el, le propuso el desempeño de una comisión para la que necesitaba una persona de confianza, ofreciéndole una remuneración decente.
Tal comisión consistía en ir a un pueblo de esta provincia para recoger unos documentos de importancia.
Aceptóla Ortiz Sánchez, recibió el dinero necesario para realizarla y, antes de emprender el viaje, pudo conseguir que la Diputación provincial le abonase parte de la cantidad que le adeudaba por haberes devengados en tiempo en que fue empleado de dicha Corporación.
Marchó dispuesto a cumplir el encargo que le habían hecho, con la mayor eficacia.
Pasaban los días y el hombre no se presentaba a entregar los documentos que debió recoger ni daba señales de vida.
Enteróse la persona que le confiara tal cometido, con la extrañeza propia del caso, de que su comisionado había vuelto de la expedición. Llamóle y se le presentó inmediatamente.
¡Pero hombre!, le dijo, ¿y esos documentos que sabe usted que me hacen gran falta?
Pues se me ha olvidado recogerlos, contestó el interpelado con toda tranquilidad.
¿Y el dinero que le di?, preguntó quien se veía burlado de este modo
Ese lo gaste, replicó el periodista, en unión de una paga atrasada que pude cobrar en la Diputación antes de marcharme. Entre en un casino del pueblo, me invitaron a jugar y allí perdí todo cuanto poseía; no lo perdí, me lo robaron, tirándome el pego de una manera tan burda que un ciego lo advertía. Vamos que me hizo gracia, y no me levanté hasta dejar el último céntimo.
Este hecho, rigurosamente exacto, retrata de cuerpo entero a Fray Tranquilo.
Falto en Córdoba, por completo, de medios de vida trasladó su residencia a Madrid, y allí, tras larga y penosa odisea, logró mejorar algo de fortuna.
Hoy, si aún vive, acaso disfrute de una vejez tranquila en el hogar honrado de sus hijas que hace ya bastante tiempo contrajo matrimonio.