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Globos y aeroplanos (Notas cordobesas)

De Cordobapedia
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Ahora que frecuentemente se verifican arriesgadas excursiones aéreas, algunas de las cuales tienen consecuencias funestísimas, como la que ha costado la vida al famoso aviador Vedrines, nos parece oportuno consignar en estos recuerdos de otros días algunas notas referentes a las excursiones aéreas efectuadas en Córdoba.

Hace ya muchos años, entre los espectáculos de la Feria de Nuestra Señora de la Salud, figuró la elevación de un globo tripulado por una intrépida gimnasta.

Dicho espectáculo, desconocido en esta capital, produjo gran espectación, tanto que hasta vinieron para presenciarlo muchos forasteros de los pueblos de la provincia.

En el salón del paseo de la Victoria, que se hallaba en el centro de los jardines altos, el cual fué cerrado con lienzos, se realizó la operación de inflar el globo, un hermoso Montgolfier de tafetán, usando para ello el gas del alumbrado y una arrogante mujer de singular belleza elevóse en el aerostato a gran altura, asida a un trapecio, yendo a descender a bastante distancia de la población.

Siguieron a esta ascensión las del titulado capitán Milá, quien se hizo tan popular en Córdoba que la gente cantaba coplas alusivas a dicho aeronauta.

Algunos años después vino a esta capital un joven británico, hijo de una señora perteneciente a una aristocrática familia cordobesa y de un ingeniero inglés, ambos fallecidos, para gestionar la solución de un pleito que entabló su madre reclamando una herencia.

El joven, a quien acompañaba su esposa, agotó los recursos de que disponía sin conseguir que el pleito concluyera y se encontró sin medios para continuar viviendo en tierra extraña y para regresar a su país.

En esta critica situación se le ocurrió una idea verdadaderamente [sic] original. Compró los lienzos de un toldo viejo del circo ecuestre que había en uno de los solares del Paseo del Gran Capitán y con ellos el mismo confeccionó un globo de forma extraña, pues en vez de resultar esférico por su parte superior resultaba puntiagudo, semejando, más que un Montgolfier, una enorme tinaja puesta boca abajo.

Y en aquel globo deforme, de lona pasada por el sol, con inminente peligro de que se le rompiera en el espacio, el improvisado aeronauta que se titulaba capitin Scot, efectuó múltiples y magníficas ascensiones, las mejores que hemos presenciado en Córdoba, ya en el paseo de la Victoria, ya en el Campo de la Merced, ya en el de Madre de Dios, sin que, por fortuna, le ocurriera accidente alguno desagradable.

Mientras navegaba por el espacio el intrépido joven su esposa postulaba con un platillo entre el numerosísimo público que acudía a presenciar la elevación del globo, obteniendo siempre una recaudación espléndida.

De este modo el flamante capitán Scot pudo atender a su subsistencia y reunir el dinero necesario para regresar a Inglaterra después de haber transigido en el litigio que arruinó a su madre y a él le pudo costar la vida.

Más tarde una compañía de titiriteros anunció una función en la Plaza de Toros que había de terminar con la arriesgada ascensión de un aeronauta, sujeto a unas anillas pendientes de un globo.

Este era el número final del espectáculo y, cuando llegó el momento de realizarlo, presentóse en el ruedo el aeronauta para manifestar a los espectadores que no podía verificar su excursión aérea porque no había encontrado leña para llenar el globo de humo.

El titiritero terminó su peroración, después del anterior alarde de sus profundos conocimientos de Física exclamando: ¡parece mentira que en Córdoba, apesar de su famosa sierra, no haya leña para llenar un Montgolfier.

El autor de estas líneas comentó en un periódico local las manifestaciones del aeronauta; éste, a quien no agradaron los comentarios, fue a pedir explicaciones de la tomadura de pelo, pero desistió de su propósito cuando comprendió que los redactores del periódico aludido se hallaban dispuestos a demostrarle prácticamente que en Córdoba no escaseaba la leña.

Casi el mismo éxito que el anterior tuvo otro gimnasta, el cual se titulaba capitán Martínez, que pocos años después, también en el circo taurino de la Carrera de los Tejares, intentó efectuar una ascensión, no consiguiendo que su globo se elevase a mayor altura que la de los tejados de la Plaza.

Finalmente vino a Córdoba, en varios años consecutivos, un artista valenciano, director de una compañía acrobática, que era un aeronauta excelente, Enrique Moscardó.

Los domingos celebraba funciones en la Plaza de Toros, las cuales terminaban con la elevación de un globo, tripulado por dicho artista.

Este efectuaba sus ascensiones con gran lucimiento, remontándose a veces a tal altura, que se perdía de vista.

En una ocasión le sorprendió en el espacio una tormenta y la nube que la producía estaba tan baja que el globo llegó hasta ella.

Enrique Moscardó, según él mismo confesaba, temió que una chispa eléctrica le incendiara el aerostato y sintió los efectos del miedo, que no había sentido jamás.

El gimnasta valenciano, hombre simpático y culto, obtuvo aquí gran popularidad y contribuyó a aumentar la del limpiabotas conocido por El Pavo, consiguiendo que le acompañase en dos de sus arriesgadas excursiones.

Moscardó contaba, con sencillez y amenidad, múltiples y curiosos incidentes que le habían ocurrido en el ejercicio de su peligrosa profesión, haciendo constar siempre que nunca se vió en tan grave aprieto como la tarde de la tormenta indicada.

El aeroplano vino a matar al globo y el aviador reemplazó al aeronauta.

Al emocionante espectáculo de la elevación de un Montgolfier sustituyó el vuelo, más emocionante aún, de uno de esos aparatos con que el hombre ha conseguido transformarse en águila.

En Córdoba vimos, por primera vez, los experimentos de aviación, que figuraban en el programa de festejos de la Feria de Nuestra Señora de la Salud, el 25 de mayo de 1910 y seguramente no los olvidarán las personas que acudieron a presenciarlos, pues, a la hora en que estaban anunciados, descargó una de las tormentas más horrorosas qué en Córdoba se recuerdan, por lo cual los aviadores René Barrier y René Simón sólo pudieron efectuar un vuelo, aplazando los demás para el día siguiente.

Durante la Feria del año 1911 fué repetido este espectáculo por Tizzier y desde entonces no hemos vuelto a ver surcar el espacio, en nuestra población, ni aeroplanos ni globos.

Los inventores de los aparatos para volar tuvieron su precursor en un cordobés.

Un albañil muy popular, conocido por Fermín, concibió la idea de hacer competencia a los pájaros y con este objeto construyó una especie de alas, esperanzado en que merced a ellas, podría remontarse a gran altura.

Realizó una prueba en el Arroyo Pedroche y no logró su fin; dedicóse a perfeccionar el invento y, al efectuar otra experiencia en el paraje denominado el Galápago, contiguo al edificio de la Diputación provincial, cayó desde un tejado y tuvo la desgracia de fracturarse una pierna.

El pobre Fermín, que se creyó un condor, hallóse convertido súbitamente en un reptil o poco menos, pues tenia que andar casi arrastrándose, y juró no volver a abandonar las cubetas y los palaustres para hacer prodigios de mecánica.

Mayo, 1919.

Referencias

[1]

  1. Notas cordobesas. Recuerdos del pasado. Vol 4. 1923.