
En las Ermitas es un artículo de carácter descriptivo y poético escrito por F.A. de Valencia y publicado en el Diario de Córdoba el 14 de julio de 1907. El texto narra las impresiones y reflexiones del autor durante una visita a las Ermitas de Córdoba.[1]
- EN LAS ERMITAS
- Sudorosos y jadeantes, después de dos horas de camino por la empinada ladera de los montes y el espeso carrascal del vecino valle, hemos llegado á las Ermitas en alegre y devota caravana.
- Mis acompañantes, aguijoneados por la curiosidad, después de visitar la iglesia, asedian con sus preguntas al superior de los ermitaños, que los conduce de ermita en ermita, explicándoles la penitente vida de sus moradores.
- Mi leguito se ha quedado en la iglesia, junto al sagrario, gustando los dulzores del vino que engendra vírgenes, y la regalada fragancia del que se llama en la Escritura santa Lirio de los valles, el cual, escondido en el sagrario, comunica á quien le place los secretos de sus divinos amores.
- Yo me he retirado á conversar con un ancianito que lleva medio siglo morando en este desierto; y terminada la conversación me he puesto á emborronar estas cuartillas entre los cipreses que rodean el atrio del templo y el vecino cementerio.
- ¡Qué sitio este para filosofar! ¡Qué lugar tan á propósito para sentir hondamente los misterios de la vida humana!
- El profano que viene á estas alturas con el corazón saturado de locos desvaríos ó lleno de espíritu mundano, no siente aquí más que impresiones desoladoras de tristeza, producidas por la intuición de que el tiempo reducirá toda la gloria del mundo á un poco de ceniza, y toda la hermosura humana á una horrible calavera.
- Pero quien la visita con espíritu cristiano siente nostalgias de cielo, asco del mundo, horror al pecado, desprecio á las vanidades y amor á la religión, que endulza las amarguras de la muerte y hermosea la fealdad del sepulcro con esperanzas de resurrección y de gloria.
- Aquí, en lo alto de las montañas, lejos del mundanal ruido y de las escabrosas ambiciones sociales, como si fueran náufragos de los mares de la vida, arrojados á solitarias playas por las embravecidas olas del infortunio, están los benditos ermitaños.
- Siguiendo la escondida senda por donde han ido los pocos sabios que en el mundo han sido.
- Aquí pasan las horas del día dedicados á la penitencia, á la oración y al trabajo, y las de la noche al silencio, la contemplación y el descanso.
- En esta soledad deliciosa habla Dios al alma del anacoreta por medio de las flores que crecen en el huertecillo regado con sus lágrimas y sudores; por el silbo de los vientos que se quiebran rumorosos en los pinos del monte y en las veletas de las ermitas; por el canto de las avecillas que bendicen á Dios cuando asoma el sol en el oriente y cuando va á ocultarse en el ocaso; por la charla continuada de los arroyuelos que en días de lluvia se precipitan por las vertientes, formando sonoras cascadas; por el fragor de la tormenta que retumba encima de los montes, tronchando con la furia de sus vientos los árboles que coronan las altas cumbres, y por la voz de la campana que le anuncia tres veces al día y otras tantas de noche, las horas de la oración.
- Aquí,
- La vista arrebatada
- vuela en su anhelo
- del llano á las ermitas,
- de las ermitas al cielo.
- Yé que junto á las nubes
- la alondra trina;
- allí tiende sus brazos
- la cruz divina,
- brindando con los frutos de la redención; y el alma del asceta se sienta á la sombra de ese árbol de vida, para formar en él su nido, y luego se remonta con el pensamiento más allá de las nubes para bendecir á Dios y cantar sus alabanzas.
- Aquí el día es risueño, alegre, diáfano y esplendoroso, con luz rosada por la mañana, color de grana al mediodía y arrebolada por la tarde.
- La noche, según mi anciano interlocutor, es dulcemente sombría, cuando la obscuridad reina en la tierra y los astros brillan en el cielo; pero está llena de encantos, de atractivos y de misterios cuando la luna domina el horizonte y quiebra su luz plateada en la espesura del arbolado ó en las aguas de la fuente.
- ¡Dichosos los que tienen valor para consagrarse al servicio de Dios en la agreste soledad de estas montañas!
- Aquí la naturaleza, rebosante de vida, se infiltra en el corazón y lo empuja hacia el cielo, despertando en él alientos poderosos, emociones inefables y sentimientos profundos que ayudan á formar idea más alta de Dios, en cuya presencia se anonada el alma, y de ese anonadamiento brotan plegarias encendidas, oraciones que suben al cielo y sentires sobrehumanos que engrandecen al hombre y lo elevan sobre todo lo terreno. ¡Bendita soledad! ¡Dichosos anacoretas!
- Ave, María llena
- de gracia y de candor,
- Dios es contigo, y entre
- las mujeres bendita tú;
- y tu Hijo, que es de gracias
- fuente eternal, bendito es.
- Y bendita la grandeza
- con que en la gloria le ves,
- y la dicha que á la tierra
- vino por tí.
- ¡Amén, Jesús!
- ¡Ave, María! dicen rientes aves y flores, prados y fuentes, como á porfía; y con rumores mansos y lentos entre las ramas cantan los vientos: ¡Ave, María!
- ¡Ave María! gritamos todos á la vez, como si nos moviera el mismo resorte; y descubriéndonos, rezamos tres veces á la madre de Dios la salutación angélica, pidiéndole paz en la vida y su auxilio en la muerte.
-
- * *
- Después de la comida, los jóvenes dan otra vuelta al monte, recorriendo las tortuosas veredas que van de unos eremitorios á otros, los cuales parece que surgen del fondo del bosque ó de enmedio del espeso olivar, que los ermitaños cultivaron con esmero.
- Entre tanto, yo me escondo en una ermita que se eleva sobre erguida roca, como reina de un castillo feudal; esta tiene á su piés el Sillón del Obispo, soberbio punto de vista que ofrece á los ojos dilatadísimos horizontes, tan dilatados, que allá, entre grises lontananzas, se ven los reflejos del sol sobre las blancas cumbres de Sierra Nevada.
- Graníticas montañas llenan el horizonte por aquel lado, sirviendo de marco á la espaciosa y fertilísima campiña, que se presenta á la mirada escrutadora del artista llena de poéticos recuerdos.
- Hermosas ciudades y coquetonas villas, blancas como el alabastro, se yerguen altivas en la llanura; ruinas de castillos, de ciudades populosas y de antiguas fortalezas, se alzan sobre las lomas como trofeos de otra edad, ó se asoman á la orilla del río para mirarse en sus aguas y contemplar los estragos que en sus vetustos muros causó la mano del hombre y la acción destructora del tiempo.
- Hacia la derecha se extiende la llanura indefinidamente por la campiña bética; y hacia la izquierda, se ve limitada por la histórica peña de Mártos, la sierra de Jaén y de Cazorla. Desde aquí diviso la alta cordillera donde nace el Betis y las vertientes por donde corre inquieto y bullicioso entre peñascos y adelfas, saltando intrépido por las cascadas, con murmullos y risas de alegre mozalbete, hasta que adquiere la gravedad de un anciano en esa poética llanura, perfumada con la esencia del romero y del tomillo.
- A mis piés está Córdoba tendida perezosamente sobre un lecho de flores y hierbas aromáticas, con la cabeza reclinada en la falda de la sierra y los piés descansando en la margen del río, que se los besa con el murmullo de sus aguas.
- La Sultana de Occidente no es ya ni sombra de lo que fué; hoy no es más que una ruina grandiosa de su pasada magnificencia; un antiguo poderío en tiempo de los Califas; un polvoriento museo de antigüedades sepultadas y escondidas en su seno joyas inestimables que sus mismos dueños no aprecian ni conocen.
- Allí está su incomparable mezquita mirándose en el Guadalquivir; y á su derecha se ven ruinas de alcázares suntuosos con sus torreones mutilados y sus fortalezas derruidas, Plazuelas irregulares y calles moriscas, que apenas merecen el nombre de callejuelas, llenan el perímetro de la ciudad, siguiendo las tortuosas sinuosidades de sus viejos muros. Soberbios restos arquitectónicos, de masas informes y épocas distintas, ostentan en sus fachadas graciosos arabescos, estrechos ajimeces, arcos bellísimos, fustes primorosos, columnas dóricas, capiteles corintios, inscripciones latinas y árabes de valor inestimable, pregonando el lujo y las grandezas de otras edades.
- Un poco más acá, en esos terrenos que son ahora campo de soledad, mustios collados dice la historia que se levantó airosa y gallarda, como la azucena entre la grama, aquel trasunto del paraíso que se llamó Medina Azahara ¡Dios mío!
- ¿Dónde está ahora aquel famoso palacio, maravilla del arte? ¿Dónde la ciudad y los jardines que fueron encantos de los ojos? ¿Dónde paran las cuatro mil y trescientas columnas de aquel soberbio alcázar? ¿Dónde las fuentes mágicas, los ricos artesonados y el lujo oriental de aquella mansión aérea y prodigiosa? ¿Qué ha sido de tantas maravillas amontonadas ahí por manos del hombre? ¿Dónde está el poderío de los Abderramanes y la grandeza de su imperio? ¿En qué ha parado, ¡oh Córdoba augusta! la gloria de tus Califas y el esplendor de tus proezas? ¿Dónde está tu Medina Azahara, émulación ayer de las edades, hoy cenizas y vastas soledades? ¿Dónde paran tus doscientas mil casas, tu millón de habitantes, tus seiscientas mezquitas y tus nueve mil baños públicos? ¿Dónde tus guerreros y conquistadores, asombro de otras épocas? ¿Dónde el bullicio de tus zambras y torneos, admiración del mundo?
- Todo despareció ¡cambió la suerte voces alegres en silencio mudo!
- Todo lo consumió el tiempo, y todo lo va acabando la muerte, puerta por donde entran las almas en la eternidad. ¡Dichosos los moradores de estas ermitas que sólo piensan en asegurarse una eternidad venturosa! ¡Desgraciados los que allá abajo, envueltos en la densa polvareda del mundo, no ven á dónde los conduce la ola arrebatada del tiempo! ¡Pobrecitos! Corren desalados tras de una sombra fugitiva de placer que ellos llaman felicidad, sin reparar que la dicha muere, cuando apenas nace, y es ráfaga de luz tan pasajera, que en el punto que brilla, se deshace.
- No conocen esos desgraciados que la dicha terrena es una esencia impalpable, que respirada una vez se evapora sin remedio. Y por eso el hombre en su continuo engaño
- Ansioso corre, porque así procura
- la sombra de un placer, que va delante,
- más lejos cada vez y más oscura.
- Alma mía; bajemos de esta cumbre con el alma henchida de santos pensamientos: vamos á escondernos otra vez en la soledad deliciosa de la huerta, á pensar en la brevedad de la vida, en la duración de la eternidad y en los engaños del mundo seductor.
- Los recuerdos é impresiones que llevamos de las Ermitas nos ayudarán poderosamente á despreciar lo terreno y amar lo celeste; á no hacer caso de lo transitorio y deleznable para poner el corazón en lo duradero y eterno.
- F. A. de VALENCIA.
- * *
- La hora del mediodía se acerca, y nos hemos colocado á la sombra del gigantesco Pino de la Inmaculada, nacido en lo más alto del monte, para presenciar desde allí el toque de todas las campanas de las ermitas en el punto de las doce, anunciando el rezo del Ave María. El esquilón de la iglesia ó ermita mayor hace la señal, y apenas se extienden sus vibraciones por la montaña comienzan á tocar las esquilas de las ermitas, sonando todas al mismo tiempo, armónicamente y en tono distinto, como si fueran notas de un concierto angélico:
- Y ese concierto de las campanas,
- con sus sonoras voces lejanas,
- ondas vibrantes de melodía;
- por los breñales rudos y secos
- van suspirando con dulces ecos:
- ¡Ave, María!
- ↑ F.A. de Valencia, En las Ermitas, Diario de Córdoba, 14 de julio de 1907. Consultado el 24 de mayo de 2024.