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Mi visión de Córdoba (ensayo de 1914)

De Cordobapedia


Mi visión es un ensayo de carácter narrativo y utópico escrito por el Dr. Gómez Aguado, publicado en el Álbum Literario del Diario de Córdoba en 1914.

El texto presenta un diálogo ficticio en el que el autor, tras una larga ausencia, recorre una Córdoba transformada por el progreso, imaginando grandes obras urbanísticas como el ensanche de la Plaza de las Tendillas, la creación de una Universidad Hispano Árabe o la instalación de funiculares en la Sierra de Córdoba.

Mi visión

Hacía mucho tiempo que no veía yo Córdoba. Por una calleja estrecha que yo recordaba, me encontraba en las Tendillas, a la sazón transformada en una anchurosa plaza, en la que costaba trabajo reconstruir con la imaginación su antigua forma y dimensiones.
—¿Hay mucho que hacer?—me preguntó mi acompañante.
—Nada más que admirar esta bella ciudad y gozar de todo su progreso
—Pues entonces mando yo por toda la tarde.
—Conformes; soy todo suyo.
—Pues vamos a tomar el tranvía de la Sierra. Verá V. las variaciones del campo y la ciudad.
—Vamos allá, que ya sale.
Instalados en el tranvía pasamos por alguna estrecha calle pero enseguida la hermosa trayectoria del Gran Capitán la recordé perfectamente. Como ve V., algunas edificaciones de esta avenida son las que ya había en su tiempo; otras son completamente nuevas, aun conservando el más clásico estilo, como, por ejemplo, ese hermoso modelo de edificio que nos cierra el panorama, colocado allí al final, que es la grandiosa Estación Central, recientemente construida.
—Oiga V. ¿y este edificio no menos grandioso que tenemos aquí?
—¡Ah! este merece un aparte. Es un gran acierto de los directores de esta magna obra de progreso de Córdoba. Recordará V. los tiempos de nuestra guerra con Marruecos y los disgustos que nos costó. Pues, al fin, después de la ocupación militar, se impuso una penetración cultural en tierra de moros. Un fruto y una manifestación de esta obra civilizadora ha sido la fundación de esta Universidad Hispano Arabe, donde, en una espléndida instalación, muy árabe por otra parte se hace una gran labor de enseñanza en la que colaboran españoles y moros; estos moritos, antes tan bravíos enemigos hoy son portadores, cuando regresan a su tierra, de una cultura intensamente hispana.
—Nada más propio que Córdoba por la analogía de su decoración, hasta por la añoranza de sus costumbres moras, para una instalación de este género.
—Y, como ve V, con todo esto ha quedado una gran calle.
—Ya lo veo Ella puede competir con lo más hermoso que por ahí, en otras patrias y bajo otros cielos, he contemplado.
—Y mejor que ellas por esta segunda parte, la referente a nuestro cielo, que se conserva tan azul, dando vida a este verdor del campo, al cual ya vamos llegando.
Ya veo que vamos alejándonos de la ciudad; la Estación quedó atrás, pero por aquí, a ambos lados de esta carretera, veo edificaciones completamente nuevas.
—Sí, señor, principalmente de carácter industrial estas primeras; son refinerías de aceite que no tienen competidoras en el mundo por la calidad de este producto de nuestra provincia; fundiciones y alguna otra cosa.
—Por la poesía del paisaje parece esto más propio de albergues de descanso que de estas colmenas de trabajo
—No; las fincas de recreo están más allá. Ahora el tranvía nos avisará en la parada de Barrionuevo.
*
—¿Paramos aquí?
—No; hemos de llegar hasta arriba y, además de gozar de la vista panorámica del conjunto pasaremos por la emoción del funicular, en que este termina, y que a mí, aquí en secreto, me da todavía mucho miedo pese a las seguridades que nos dan los ingenieros.
Esto me resulta encantador.
—¡Ea! ya estamos. Abajo y al funicular sin miedo.
—¡Oh! el panorama ya es hermoso desde aquí. ¡Qué delicia! amigo mío. La nieve de los paisajes de Suiza será muy bonita, pero a mí me gusta más esta nota de color intenso de esta bendita tierra de María Santísima.
—Vamos arriba, que allí lo admirará V. mejor.
—Oiga V. ¿y dónde termina el funicular?
—Pues, ahí cerca, junto al Palacio Internacional del Turismo, construído ahí.
—Vaya, que ya hemos llegado.
—Es una instalación espléndida por fuera por lo menos.
—Y por dentro también; ya la verá V., pero no hoy porque nos va a faltar tiempo para ver lo que hay por aquí.
—Ya veo, en efecto varios grandes edificios repartidos po ahí. Pues yo le iré explicando a V. lo que son, poniéndonos en esta altura, desde donde se domina toda esta obra gigantesca.
—Aquellas dos últimas edificaciones que se divisan, un poco retiradas, para llegar a las cuales directamente hay una bifurcación del tranvía, son dos Sanatorios: el uno para obreros tuberculosos que, al fin, un apóstol de esa obra que V. recordará, el Dr. Moliner, que tanto predicó para conseguirlo, logró realizarlas gracias a la donación del edificio por el Ayuntamiento de Córdoba y del sostenimiento de la obra por todas las Sociedades obreras españolas que, merced a ello tienen un albergue nacional para todos esos desgraciados maltrechos de esta lucha por la vida. El otro está construído por el Estado. Es el Sanatorio Central de Sanidad Militar. Igualmente que para el otro, no se puede soñar ni encontrar un sitio más adecuado para su colocación.
—Observo que todo esto está muy poblado de casas.
—Si; en efecto. Aquí hay de todo; junto a la finca de recreo del adinerado que busca solaz para su cuerpo, hasta el rendido que busca alientos para su espíritu, lo mismo que el turista que desea emociones nuevas o el religioso que a la sombra de las Ermitas ansía consuelo para su alma, meditando en el creador de toda esta belleza..., de todo hay aquí una muestra.
—Estoy realmente encantado Pero ahora, lo que yo quisiera saber es cómo y en qué forma y por qué motivo se han realizado estos milagros...
—Ese será el motivo de nuestra conversación en el tranvía, que ya nos espera. Descendamos y veremos el progreso realizado en la ciudad.
—Si está a la altura de esto —dije yo, colocándonos en el tranvía— será un encantador sueño de hadas.
—Afortunadamente, es una realidad esplendorosa. El Guadalquivir canalizado, esa obra empezada hace muchos años en la ciudad hermana, Sevilla, ha llegado a Córdoba. La traída de aguas, aquel problema pavoroso de nuestra ciudad, el mayor enemigo de Córdoba durante muchos años, hoy felizmente resuelto; el ensanche del barrio de la Catedral que, aún conservando, como en todas partes, lo que es digno de conservarse, ha permitido dejar bastante aislada la joya de Córdoba, la gran Mezquita de Occidente, totalmente restaurada, la que hoy es visitada diariamente por una romería formada por hombres y mujeres de las cinco partes del mundo.
—Bueno, pero, vamos a ver. Todas estas cosas que en proyectos fueron bellas esperanzas y hoy en la práctica son sugestivas realidades, ¿cómo y por quién se han hecho?
—Pues, verá V., eso es curiosísimo. Cuatro idealistas empezaron a escribir y charlatear de proyectos y más proyectos. La gente, que ya sabe V. como es, no les hacía ningún caso, las personas cercanas no les oían, pero tuvieron la suerte de que les oyeran lejos, muy lejos... y de la noche á la mañana, una empresa extranjera vino a Córdoba a estudiar el asunto.
—¡Hola! la cosa no era tan descabellada
—Lejos de ser descabelleda, era tan práctica y utilitaria que iba de veras, y tanto que empezaron a correr los de Córdoba y aún no pudieron evitar que lo primero, la instalación del tranvía, quedase en poder de extranjeros.
—Pero, lo demás ¿es de Córdoba?
—Sí, señor, al fin, viendo la cosa tan cercana, llegó la hora de sacar los miles y los millones, de moverlos, de trabajar, afortunadamente, de ganar, porque todo ello es un negocio para los que lo implantaron y una fuente de ingresos para la ciudad, que está aumentando su población la espuma.
—No sabe V. lo que me satisface encontrar a Córdoba tan hermosa, añadiendo a sus encantos naturales, que siempre exhibió, las ventajas de una gran obra de progreso.
—Descendamos, que ya hemos llegado. Vamos por aquí a la Mezquita.
En el trayecto, en una calle de las típicas de Córdoba, aún nos quedamos parados en las albas cancelas desde donde se admira el patio pletórico de luz y de flores, esta poesía conservada con tanto cariño y de tan magnífico efecto en esta nueva ciudad.
Al pararnos se nos aparece en el dintel de la puerta una bella andaluza. Es una figura escultural, siluetada por las flores del patio que la rodean como un nimbo de luz, envolviéndola en un aura resplandeciente de poesía y amor.
Al verla, quedamos extáticos, y mi acompañante, mirando aquellos ojos negros que parecen recibir su brillo del sol de esta tierra y por los cuales se asoma al mundo el alma andaluza, me dice quedito al oído:
Estas mujeres constituyen otro monumento que hemos procurado conservar cuidadosamente.
Un tintineo escandaloso arrebató de mi imaginación la figura de la bella andaluza y de mis ojos el sueño encantador que tan buen rato me había hecho pasar. Desperté
Me vestí y salí a la calle En ella contemplé algo de mi sueño. El sol esplendoroso, el cielo azul, el patio rebosante de luz, la vegetación exuberante de la Sierra, la andaluza de los ojos negros... es decir, todo lo natural, casi todo dado dadivosamente por esta pródiga naturaleza... pero lo creado por el esfuerzo del hombre, las bellas conquistas del progreso humano, aquellas hermosas imágenes que el sueño me mostró, fueron difuminándose sus líneas, esfumándose su bello colorido, borrándose en las sombras.. perdiéndose para siempre... ¡¡qué lástima!!
DR. GÓMEZ AGUADO.[1]

Referencias

  1. Gómez Aguado, Mi visión, Álbum Literario del Diario de Córdoba, 1914.